La poeta del corazón enmascarado.

En Grand Central Station me senté y lloré, publicado en Inglaterra en 1945, es el legado poético de esta mujer que a pesar de su inteligencia, eligió subordinarse al amor de un hombre y a sus hijos.

Guardaba entres las sábanas de su cama el boleto del autobús donde se encontró con George Barker por primera vez, se había enamorado de él antes de verlo, cuando leyó sus poemas publicados en revistas literarias amparado por T.S. Eliot (el mecenas de Barker) y cuando descubrió uno de sus libros en Better Books, la famosa librería de Charing Cross Road en Londres. 

Después, solo tuvo que escribirle haciéndose pasar por una coleccionista de manuscritos a la Universidad de Sendai (en Japón, donde Barker era profesor de inglés), gracias a una celestina sin intenciones: Lawrence Durrell, editor en ese momento de The Booster, que le pasó el dato. 

El boleto que ahora exhibe la Biblioteca Nacional de Canadá y que fue encontrado cuando Elizabeth murió es el vestigio inaugural de un amor cuestionado. 

Ella era una canadiense rica, él, un británico casado, se fueron a vivir a California, tuvieron cuatro hijos y se peleaban a diario con un portazo estelar donde George quedaba del lado de afuera y volvía (cuando volvía) muchos días después. La mujer que se había enamorado del sonido de sus palabras, de ese “sonido jugoso que corre, burbujea, embriaga”, crió sola a sus hijos y escribió un libro para contar ese amor: En Grand Central Station me senté y lloré, publicado en Inglaterra en 1945. 

Un legado ensordecedor, un tratado poético, un libro de culto, un espanto, una gloria y el lugar de la memoria que nombra sin nombrar porque para ella “él era un objeto de amor y no podía ser nombrado». La escena del boleto testigo, esa escena en la que está parada en una esquina “y todos los músculos de mi voluntad están reteniendo mi terror para enfrentar el momento que más deseo”, inicia el viaje iracundo. 

Pero la vida en furia de Elizabeth no terminaba con la salida de George ni con los restos sangrientos sobre el cuerpo ni con las borracheras ni con los labios mordidos tras la pelea, la vida en furia, era -según escribió Christopher, uno de sus hijos- una vida en continuado dependiente: “a pesar de ser una autora consumada, siempre jugó un papel subordinado a los hombres en su vida (…) mi madre, la mujer de ‘corazón enmascarado’ solía preguntarle a mi padre si era una desventaja en la vida que una mujer tenga inteligencia”. 

“Que nadie por más exquisita que sea su prosa poética escriba un libro así”, pidió en los años sesenta Angela Carter en una reseña en la que agregaba que era “como Madame Bovary atravesada por un rayo”, un rayo con versos que Morrissey rescató y cantó en los años ochenta. 

Elizabeth que sabía de memoria los sonetos de Shakespeare, publicó su primer poema a los diez años y su primer libro a los quince. Su romane con Barker duró intermitentes décadas, él nunca se separó, tuvo muchos hijos con otras mujeres (dicen que quince) y ella vivió romances con algunos hombres, con algunas mujeres. Fue redactora de anuncios publicitarios que hoy serían un éxito en Instagram, vendió alfombras, tiaras y radios hasta que llegó a ser una de las editoras con mejor sueldo en la Inglaterra de los años sesenta. 

Cuando su novela se reeditó en 1966 y se convirtió en un éxito de ventas se instaló en Suffolk, en una casa de campo y escribió relatos, poemas, novelas, libros de cocina, de vino y de jardinería. Lejos había quedado su familia canadiense que horrorizada por su amor publicado la había dejado sin dinero (su madre tiró los ejemplares que pudo y prohibió la publicación en Canadá), lejos los años de platos semi vacíos, las noches de los retratos (uno de Lucian Freud) y el aluvión de vodka, lejos las anfetaminas que la mantenían despierta toda la noche para trabajar en publicidad y pagar la escuela, todo estaba lejos, todo menos el rumor de las palabras de George y su boleto almohada. 

Imagen de portada: Elizabeth Smart, la poeta desmesurada, en la época en que conoció a George Barker.

FUENTE RESPONSABLE: Página 12. Por Marisa Avigliano. 3 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Narrativa/Poesía.

Infancias maravillosas

Me han encantado últimamente unos cuantos relatos del género “autores que recuerdan”, subgénero “infancias maravillosas”, género literario en el que podríamos encuadrar la celebrada memoria infantil de Canetti, el canónico relato que encabeza la Recherche o los conocidos recuerdos de Roald Dahl titulados, simplemente, Boy.

Los relatos que digo son cinco y sus autores, menos conocidos que Canetti, Proust o Dahl. Empezaré por Los felices días del verano, de Fulco Di Verdura (1898-1978), un caballero italiano que escribió en inglés y que se ganó la vida entre Nueva York, París y Milán, al lado de la gran Coco Chanel. Pese a tanto como podría contar, Verdura se limita a evocar sin pizca de sentimentalismo su infancia siciliana en los años anteriores a la Gran Guerra. Un relato bien conocido en el mundo angloparlante y editado con esmero por Errata Naturae en 2019 con excelente traducción española de Txaro Santoro.

En A rienda suelta, otra memoria de infancia, Xosé Fortes recrea un mundo bien distinto, aunque no menos feliz, el de una aldea pontevedresa de los años 40. Su texto vio la luz también en 2019 de la mano de Ediciones del Viento, de La Coruña, sin hacer la más mínima referencia a ninguna otra circunstancia del autor. Y eso que, como Fulco Di Verdura, Fortes tiene mucho que contar: hace 50 años fue El Comandante Fortes, militar español de carrera y miembro fundador de la Unión Militar Democrática (UMD) que tantos dolores de cabeza dio al franquismo. Fortes expone una Galicia sin tópicos en el estilo seco y preciso que cabe suponer a un militar leído y templado. Encabeza su evocación con dos citas; una de ellas, del crítico cinematográfico Ángel Fernández-Santos, es toda una seña de identidad: “el western es ese lugar poético, oscuro y trágico de donde venimos los hombres de mi generación”.

Otra infancia feliz, expuesta con envidiable naturalidad, es la de Miguel Sáenz, académico de número en la calle Felipe IV. De oficio y profesión sus traducciones, en Territorio relata sus recuerdos de un remoto lugar de África; publicados por Funambulista en 2017, me dan pie para hablar de otra memoria infantil en un lugar también particularmente remoto, Soria, cogollo de lo que los clásicos llamaron Celtiberia y los modernos, España Vacía. Relató su infancia allí con gracia a raudales el periodista gallego Luis Pita, que en 1952, cuando sólo tenía diez años, acabó con sus hermanos en tan exótico destino siguiendo a su padre, funcionario. El escritor Javier Marías, que en su infancia también conoció Soria, aunque por motivos bien distintos, escribió una breve nota para las ediciones que, ya fallecido Pita, realizaron sus herederos con el título El sauce llorón. “La ciudad de Soria (…) semeja (…) un lugar de ficción”, asegura. Y compara la vieja ciudad del Duero con prestigiosos rincones exclusivamente literarios como Elsinore, Región, Combray y Yoknapatawpha.

Un lugar sin duda “real”, aunque en la literatura también parezca ficción, es el cafetal del mexicano Jordi Soler, hijo del exilio español del 39. En sus Usos rudimentarios de la selva (Alfaguara, 2018) levanta del fondo de sus recuerdos un rincón exuberante perdido en algún lugar del trópico a medio camino entre Macondo, Soria, Comala y el Territorio de Miguel Sáenz. La magia de la literatura, unida al talento de este mexicano criado en catalán y español, convierten la sede de su infancia en una ensoñación de Las Mil y una noches.

Quiero señalar, para terminar, que este género de las “infancias maravillosas” se ha cultivado en España más de lo que ciertos críticos pretenden. Y lo señalo porque los eruditos alemanes siguen encastillados en que no hay literatura memorialista en español y, de manera destacada, en la propia España (*). Enrocados en ese tópico antiguo, Pamen y el pintoresco grupo de Heidelberg ignoran, yo que sé, las Memorias de niñez y mocedad, de nada menos que Unamuno, o Las confesiones de un pequeño filósofo, de Azorín. Por no mencionar la Crónica del alba, primera de las nueve novelas que integran el ciclo de Sender de título homónimo, o La forja, primer tomo de la trilogía La forja de un rebelde, otra espléndida idealización de la propia infancia, en este caso de Arturo Barea. En esto de las infancias maravillosas, la literatura española cuenta con un excelente fondo de armario (en español y en las otras lenguas españolas) que si está aún por descubrir, es muy asequible para todo tipo de lectores. Y subrayo el adjetivo “excelente”, que no está ahí puesto a humo de pajas.

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(*) Hermann Klaarsberg, Ray OberKlüssen and Markhub Ostende. Modern and ancient Spanish Literature: three considerations. Saint Matthew Pensacola University Bulletin. Pensacola University Publishers. May, 2021. Pensacola, Escambia County (Florida, USA). Gottfried Hatzfeld. Literästhetik des Mittelalters. Zeitschrift für Romanische Philologie, LVIII. Upsala (West Germany 1989), págs 209-272.

Imagen de portada: Gentileza de Zenda

FUENTE RESPONSABLE. Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por David Bowman. Editor. Arturo Pérez-Reverte. 4 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Literatura Infantil/Narrativa.

Derecho a la pertenencia.

Hay libros en los que basta asomarse a sus primeras líneas para intuir que están escritas desde el conocimiento íntimo de la realidad que nos narran. Este es el caso de Nadie salva a las rosas, una historia construida de acuerdo con los cánones de la novela negra y en la que su autor, Youssef El Maimouni, aprovecha todos los resortes del género para dibujar un retrato social en el que da voz, sin caer en la condescendencia ni el paternalismo, a quienes no suelen tenerla en una sociedad donde lacras como la transfobia o la xenofobia —ambas presentes en esta historia— son todavía demasiado frecuentes.

Narrada en tres partes y a tres voces —la de Yusuf, la de Marina y la del narrador omnisciente que se adentra en el pasado de Rihanna, la verdadera protagonista—, arranca con el asesinato cruel y despiadado de esta última, para el que tanto Yusuf como Marina buscarán una explicación que, por supuesto, solo lograremos hallar en un desenlace donde se nos permite sumar las piezas que se nos han ido ofreciendo a lo largo de la lectura.

Sin embargo, el verdadero interés de la novela no radica tanto en ese final ni en la investigación del crimen, sino en la construcción del triángulo de personajes que son el eje de la narración —Yusuf, Marina y Rihanna— y en el dibujo del mundo que los rodea, especialmente, el de los menores no acompañados con quienes trabaja Yusuf y que, a través de Rihanna, son el centro de esta historia. La experiencia de su autor como educador social encuentra el modo de ir incluyendo diferentes micronarraciones en la que conocemos otras vidas de jóvenes migrantes que, como ella, han tenido que solventar un sinfín de dificultades y que pelean, día a día, en una sociedad hipócrita y clasista en la que hasta el lenguaje («menas») los deshumaniza. Se va componiendo así un mosaico en el que podemos reconocer las contradicciones de un mundo desigual y lleno de fracturas, en este caso ubicado en una Barcelona que, en el fondo, podría ser cualquier otra ciudad de rasgos dimensiones similares.

A pesar de los riesgos intrínsecos de construir una novela a varias voces, en las que no siempre es fácil ocultar la voz del autor tras cada una de ellas, resulta notable el esfuerzo por dotar de personalidad propia a la de Yusuf y a la de Marina. El primero tiende a un monólogo introspectivo, con el que da rienda suelta a su crisis profesional como responsable de un casal y a las dudas y miedos que le provoca su reciente paternidad (la vida como reverso necesario e inevitable de la muerte). Marina, por su parte, nos adentra en una narración en segunda persona en la que Rihanna es su principal interlocutora. Quizá se echa en falta una mayor profundización en la relación entre Marina y Yusuf, que se resuelve de manera algo apresurada, pero —a cambio— el dibujo individual de cada uno de ellos se hace con un mimo que se agradece y que los aleja de los clichés esperables en el género policíaco.

Entre las virtudes de Nadie salva a las rosas destacan su buen sentido del ritmo, su aguda mirada social y, sobre todo, la construcción de Rihanna, una mujer trans de origen marroquí a la que su autor se acerca con cuidado y cariño, ofreciéndole el espacio que no tuvo en la vida que habría merecido tener y presentando con crudeza los obstáculos a los que tuvo que enfrentarse en cada etapa. La homotransfobia está, por desgracia, tan presente en su biografía como la explotación sexual y la violencia machista a las que se ve arrastrada desde su primera adolescencia en una lucha para la que cuenta con alianzas como la de Yusuf o Marina, esenciales en dos momentos muy concretos de su vida. La mirada del autor no rehúye ni la violencia que sufre cuando logra llegar a España, ni tampoco el rechazo que vive en su entorno familiar:

«Para su padre suponía una vergüenza. Un shaitán. Un desperdicio humano que no descendía de Dios sino de los malignos que optaron por vivir en eterno pecado».

Camuflándose en la voz de sus narradores, Youssef El Maimouni también nos ofrece numerosas pinceladas y digresiones, a veces más cercanas a la crónica periodística que a la novela policíaca, pero no disuenan en un libro que no camufla su interés por viajar a través de una vida, la de Rihanna, para convertirlo en símbolo de tantas otras. El relato busca no caer en maniqueísmos —ninguno de los dos mundos acoge a Rihanna, del mismo modo que ella no logra ser parte de ninguno de ellos— y, por el contrario, sí reivindica la importancia de dar voz a la alteridad, pero desde un lugar en el que esa voz no sea prestada, sino propia, preocupación que se hace explícita a través de Marina en su viaje a Marruecos:

«De repente, la ropa que llevo me resulta ofensiva, obscena. Soy una intrusa, una impostora».

Ese es, seguramente, uno de los puntos fuertes de esta novela: la sensación de que su autor no es, en ningún caso, un impostor, sino alguien con la experiencia y la sensibilidad social necesaria para contar con verdad y acierto una historia dura, a ratos truculenta —el género obliga—, pero donde se buscan resortes sociales que expliquen esos giros, de modo que la resolución no dependa tanto del quién —que también lo hay— sino de los porqués, en los que el número de responsables resulta mucho más abultado. Y aunque las escenas más duras sean los pasajes sobre los que gira la trama policíaca, sobresalen los momentos aparentemente pequeños donde Yusuf reflexiona, a veces con amargura y otras con ironía, sobre su nueva situación personal, sobre su desencanto profesional —cómo salvar a los jóvenes con quienes trabaja de las garras de un sistema que aplasta tanto sus esfuerzos como su expectativas— o sobre situaciones de esas que se denominan «micro racistas» y en las que el prefijo solo sirve para expresar eufemísticamente lo lejos que estamos de una sociedad realmente plural, diversa e inclusiva:

«Yusuf, Youssef, Youssefy, Youcef, Yusef, Youseff, Yosef, Yosuef, Josef, Jusef, José, Josep, Joseph… Mi nombre no me pertenece, me bautizan a diario sin yo pedirlo».

De esa pertenencia o, más bien, del derecho a alcanzarla, habla también esta novela. De que nuestros nombres nos pertenecen. Como nuestra identidad de género. Como nuestro presente. Como nuestro lugar en el mundo. O como el camino que queramos recorrer aunque ni siquiera tengamos claro el destino al que queramos llegar. Pertenencias que deberían ser sencillas y universales y que, sin embargo, encuentran tantas barreras como las que alejan a Rihanna —y a los jóvenes del casal de Yusuf— del final feliz que nos gustaría que hubiera tenido.

Solo nos queda esperar que Yusuf no se rinda. Que Marina no olvide. Y que cuando cerremos este libro pensemos en todas las vidas que están esperando a que seamos capaces de mirar, de empatizar y, sobre todo, de escuchar. Porque dar voz no es robarles el discurso, sino escuchar su voz. Y aprender de ella.

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Autor: Youssef El Maimouni. Título: Nadie salva a las rosas. Editorial: Roca. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Cubierta de portada de “Nadie salva a las rosas”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Nando López. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 3 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Narrativa

Antonio Pereira: Integral de sus cuentos

En este 2023 en que Antonio Pereira (fallecido en su tierra natal, León, en 2009) habría cumplido los cien años aparecen dos volúmenes que contribuirán a rescatar su nombre del olvido que hoy sufre. Uno recoge Todos los poemas. El otro, Todos los cuentos. Verso y prosa narrativa breve fueron las dos actividades más persistentes de este escritor algo ocasional en su juventud, en que ya fue acogido por la revista leonesa Espadaña, y perseverante desde que, en los años sesenta del pasado siglo, publicó sus primeros libros, el poemario El regreso y los cuentos Una ventana a la carretera. También hizo novela y dietario, pero en la sociedad literaria se guarda de él la imagen de un cuentista original y valioso. En estos reducidos círculos de amigos del cuento conserva hoy prestigio y se le tiene por uno de los más relevantes cuentistas de este tiempo.

Nada dice mejor la dedicación a este género de Antonio Pereira que el tomazo de casi novecientas páginas que ya tuvo una primera salida hace dos lustros y vuelve a juntar sus piezas breves con motivo del centenario. Los cuentos los dio a conocer en doce libros, desde el inaugural mencionado de 1967 (distinguido con el reputado premio Leopoldo Alas) al postrero, La divisa en la torre, de 2007. 

Un tiempo lo suficientemente dilatado como para que entre esas obras haya bastantes diferencias, porque el autor moduló su temática y su manera de contar hasta adueñarse de un registro propio. Por ello habría venido bien un prólogo que explicara esa peculiaridad e insertara al escritor dentro de las corrientes de la narrativa corta del amplio periodo histórico en que fue haciendo su obra. 

Porque merece la pena precisar el significado de Pereira más allá de la inconcreta imagen de narrador fácil, ameno, coloquial; simpático, diestro y gracioso, en suma. Ese prólogo habría acompañado al que escribió, y ahora amplía, Antonio Gamoneda desde la cordialidad y desde unas elucubraciones teóricas un poco retorcidas, aunque sugestivas y curiosas.

Desde luego, nada tiene que ver la forma un tanto tradicional y realista de sus comienzos con aventuras que rondan la experimentación. O con textos que apelan a la invención y a la autobiografía. O que se decantan por un jugueteo culturalista. Cuentos de la Cábila, uno de sus libros que más aprecio, por ejemplo, es un vigoroso ejercicio de memorialismo, una visita sentimental a las vivencias del escritor relacionadas con ese modesto barrio menestral de su pueblo originario, Villafranca del Bierzo. Cuentos, según declara el título, en realidad no son, sino testimonios conmovidos, biografía vibrante y elegíaca convocada desde la edad adulta. 

Se ve, además, en este tratamiento formal la voluntad de Pereira de saltar las bardas del género y, sin ningún prurito vanguardista, ofrecer un texto narrativo de gran personalidad. En este “relato memorioso” se juntan ironía y visión socrática de la vida, y al trenzarse tejen un intenso y melancólico retrato del acceso a la madurez.

La urdimbre unitaria del viaje mental a la Cábila no será tan estricta en otros casos, aunque sí que sobrevuela el espíritu de un conjunto indisoluble en otras compilaciones. Así ocurre en Las ciudades del Poniente. En este caso se debe, siquiera en parte, a esa sugeridora enmarcación geográfica que acota, sin mucho detalle, un espacio del noroeste peninsular. Al carácter unitario contribuyen también la galería de personas corrientes de que trata y el modo empático y comprensivo con que el autor las juzga.

La unidad, en cambio, se transforma en auténtica dispersión temática en otros libros, en Cuentos para lectores cómplices, cuyo título constituye una declaración de principios y condensa la poética narrativa de Pereira, o Picassos en el desván. 

Si en las historias de la Cábila predomina el sentir, en estos otros dos tomos encontramos a un Pereira entregado a su otra gran pasión, al otro rasgo definidor de sus piezas, el gusto por contar historias, la afición a narrar, el trabajo que enlaza con las fuentes originales del cuento y persigue exponer sucesos cuyo relato es en sí mismo una meta. Aunque no se trata de un ejercicio escapista ni inocuo porque tras la invención late la vida en toda su extensión, con sus dolores y problemas, con sus esperanzas,

Y no ya de dispersión sino de repertorio misceláneo debe calificarse la citada última obra, La divisa en la torre. La soltura con que veía el género a estas alturas postreras de su vida le debió de incitar a reunir esta materia disgregada. No faltan elementos comunes: memoria personal, estampa de escritores, ironías diversas, fluidez narrativa… pero el conjunto tiene un aspecto caprichoso. Y, además, una pieza, “C.J.C., un peligro”, resulta francamente desafortunada, éticamente reprobable. Cuenta Pereira la ocasión en que acompañó a Cela en una estancia del gallego en un Parador Nacional. 

Todos los hechos referidos muestran a un personaje autoritario, déspota, chulesco, maleducado. En cambio, a Pereira le parecen graciosos y los celebra. Una pena que alguien tan incisivo observador de las personas y la vida avale esta dimensión prepotente del personaje, por muy gran escritor que fuera.

La diversidad que patentiza esta integral de la cuentística de Antonio Pereira no quiere decir que el conjunto no desvele señaladas constantes. La invención y la estilización de la realidad constituyen rasgos de sus cuentos por encima del testimonio. Y, si el término «invención» parece excesivo, podríamos hablar de aplicar un tratamiento imaginativo a la observación. 

El humor aporta otro rasgo persistente, un humor siempre controlado para que no caiga en el sarcasmo. Un humor de estirpe cervantina que tiene una mirada piadosa sobre la vida, cargada de comprensión, de humanidad, hasta de ternura. Pereira nunca desprecia a sus personajes, por ridículos que sean, no los mira desde una altura o superioridad desdeñosas.

Todavía hay que añadir a estas notas otra, la que constituye el tono fundamental de una mayoría de piezas de Antonio Pereira. Me refiero al sustrato oral de su modo de contar. Pereira es un narrador comunicativo que escribe un tanto como se habla, cuando se hace con precisión, desenvoltura y gracia. 

Ello tiene que ver con la tradición rural de los calechos y cuentos populares que en tiempos se referían en las reuniones campesinas del Bierzo y de la comarca de Babia, y que tanto aprecian otros paisanos suyos: Juan Pedro Aparicio, Luis Mateo Díez o José María Merino. De hecho, Pereira interviene como narrador de un cuento suyo junto a los citados en una película de José María Martín Sarmiento que toma el título de una variante de ese hábito campesino, El filandón. 

El propio Pereira era en lo personal un narrador oral lleno de gracejo, divertido, cautivador, con guiños de ironía y brochazos de malicia; un seductor con la palabra. No renunció a esa cualidad privada en sus cuentos, que por ello tienen mucho de historias habladas, conversadas. Sin renunciar a otros expedientes en apariencia de mayores pretensiones, desde los especulativos hasta los sociales, fio a esta fibra popular y cordial —cómplice, dicho con término que tan grato le era— la esencia de su manera de relatar cómo somos los humanos.

Autor: Antonio Pereira. Título: Todos los cuentos. Editorial: Siruela. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Cubierta de portada de “Antonio Pereira-Todos los cuentos”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Santos Sanz Villanueva. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 26 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Narrativa/Antonio Pereira

El otro libro del desasosiego.

Algo ha pasado (1974) es el libro de Bob Slocum igual que Trampa 22 (1961) lo es del aviador John Yossarian, aunque la novela que reseñamos es el ‘verdadero’ libro de su protagonista, puesto que se trata de una indagación en primerísima persona de lo que es el desguace de una vida que se conducía con aparente solvencia. 

En cambio, la novela antibélica de Joseph Heller (Coney Island, 1923-East Hampton, 1999), escrita trece años antes (el vértigo de las expectativas, todo sea dicho), bucea en tercera persona coral a propósito de los sinsabores que trajo consigo la Segunda Guerra Mundial, aunque prefiguró el asfixiante delirio del Vietnam que vendría. 

Pero la guerra de Slocum no es con el enemigo alemán ni con la burocracia militar, a menos que se trate como tal a sí mismo y a sus días infernales en una oficina de nueve a cinco y en un hogar en el que sólo queda calor en la etimología de ese supuesto hogar. La cosa pinta mal para el emponzoñado Slocum, que ve cómo la vida se le escapa por el sumidero de la indiferencia y las promesas incumplidas por pura estulticia.

Bob, un hombre de mediana edad con una existencia cuando menos envidiable en la América de los 60, con casa en Connecticut y una mujer atractiva, pero aburrida y sola, infeliz en esencia desde hace mucho tiempo. 

Al matrimonio le acompañan tres hijos, uno de ellos con una discapacidad que lo retiene en casa, mientras que los otros dos andan ociosos y resultan poco prometedores, una independiente y maleducada, el otro timorato hasta decir basta. 

El importante cargo de Bob como jefe de ventas le deja tiempo para alimentar un harén errante de amantes y le sirve de vía de escape para lo que intuye difícilmente esquivable; el tedio

El tedio en toda su dimensión, añadido a la angustia que supone la persistente amenaza de ser degradado de su empleo, el odio por ser subordinado de doce ejecutivos sin piedad, o el desmoronamiento de su familia, en una suerte de espiral escapista que sólo terminará cuando afronte una verdad ineludible, una cuestión largamente postergada que evita conocer (“Hoy existen muchas cosas que no quiero descubrir”).

En el prólogo a la novela, Rodrigo Fresán, tan buen conocedor de la ficción norteamericana, acierta con el símil melvilleano al señalar que “Algo ha pasado es un canto agudo a la deserción total (…) Digámoslo así: Bob Slocum es un Ahab sin la coartada de una ballena blanca que justifique su delirio porque, ay, Bob Slocum es su propia ballena blanca”. 

Pero Bob también es la voz de esta novela montada sobre la voz de ese ser de aflicción constante

Todo es voz, un monólogo obsesivo que raya la sinceridad absoluta si no fuera porque lo que cuenta el protagonista no es de fiar, no al menos los circunloquios desquiciados ni mucho menos sus reiteradas obsesiones que dan forma a la novela. 

La repetición incesante de los mismos temas añade páginas y páginas a una ficción que necesita esa retórica de la acumulación para cobrar sentido. Aquí la forma es el fondo, como pasa con las obras destinadas a hacerse notar año tras año, en hacerse clásicos por lo que nos dicen en cada época y en cómo nos lo dicen. “La pornografía y el armamento son dos áreas en las que hemos mejorado. El resto ha empeorado. (…) De un océano luminoso al otro, la nación está llenándose de escombros, desperdicios y neumáticos viejos. (…) El petróleo se vierte. 

El dinero habla. Dios escucha”. Cuidado con Bob, que tiene antecedentes de suicidio en su familia, por partida doble al menos. Pero no, lo que ha ocurrido es otra cosa. El lector lo sabrá y no sabrá qué hacer con esa información. Tampoco Bob, un ser despreciable que compadecemos porque ha perdido la habilidad de controlar lo que piensa y, fatalmente, lo que hace.

La novela asustó a John Cheever por demasiado buena y Kurt Vonnegut dijo lo mismo de ella, que era buena sí, aunque utilizó el adjetivo hipnótica. Con referentes literarios como Louis-Ferdinand Céline o J. P. Donleavy, auténticos malasombras en eso de mostrarse canallas con los nutrientes de sus libros, Joseph Heller traza la vida pensada de un completo cabronazo (“hijo de puta” llamaron a Bob en la reseña aparecida en The New Republic) que a veces se parece mucho a nosotros mismos. 

Y es que nadie escapa en algún momento a la vorágine mental que acucia al protagonista de Algo ha pasado, sobre todo cuando nos recuerda que “los años son demasiado largos, los días son demasiado cortos”. Tampoco hay que hacerse su amigo, pero no está mal dejarlo pasar unas horas por nuestra existencia. Ni que sea como espejo de azogue resquebrajado en el que deformarse y sentir que en el desquiciamiento general que nos envuelve no estamos solos.

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Autor: Joseph Heller. Traductora: Lucrecia Moreno de Sáenz. Título: Algo ha pasado. Editorial: Literatura Random House. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Joseph Heller. © Jerry Bauer.

Imagen: Cubierta de portada de “Algo ha pasado” de Joseph Heller.

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Enrique Turpin. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 19 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Narrativa

El pasajero / Stella Maris, de Cormac McCarthy

Dieciséis años después de La carretera, uno pensaría que tras el apocalipsis todo había terminado, pero no. Cormac McCarthy ha decidido sorprendernos a sus 89 años con una nueva obra, consistente en una novela y una suerte de anexo que llegan publicadas juntas a las librerías para gozo de sus lectores habituales.

El pasajero, la obra principal, nos relata la vida de Bobby y Alicia Western. Bobby, el protagonista principal, es uno de esos hijos de la bomba atómica que, tras estudiar física como su padre, decide que si “no se puede explicar lo inexplicable”, es mejor buscar su lugar en otra parte, y termina trabajando como buzo de salvamento implicado en la exploración de un avión sumergido en el que falta uno de los pasajeros. 

Esto aquí relatado suena, en la prosa de McCarthy, mucho más contundente, menos apresurado, más certero. Como también lo hacen las cartas de Alicia que Bobby lee. Mientras, el lector sigue pensando en el avión del que nada parece saberse, en el pasajero desaparecido, en quien parece perseguir a Bobby ahora, y se pregunta si va a comenzar en algún momento una trama vertiginosa olvidando que McCarthy nunca se ha dejado llevar por las modas.

Bobby es el encargado en este caso de poner freno a el espejismo del lector mediante charlas de bar, ese fenómeno cada vez mas extendido en la literatura contemporánea por el que los personajes de las novelas charlan sobre sus intereses deslizando a buen seguro mas de una reflexión compartidas con su creador. 

Un fenómeno que tiene su contrapunto en Stella Maris, al tratarse en este caso de las conversaciones de Alice con un psiquiatra, novelando un estilo que ya habíamos visto sus lectores en The Sunset Limited y que en esta ocasión muestra cómo Alice va cayendo en el abismo que la lleva a un final que el autor ya nos ha anticipado. Y frente a la física y la racionalidad sin respuestas de Bobby tenemos a Alice y sus visitas, su concepción. 

Dos polos opuestos, o tal vez un complemento, salvo que se habla de locura dejando que el lector decida su versión del mundo como ya hiciera en la citada obra de teatro. Llegados a este punto, el lector comparte el tabú de los protagonistas y no une sus versiones. Es imposible. Estamos atrapados, igual que los pasajeros de la escena del avión que abre el libro, ese en el que recordamos que faltaba un pasajero, la escena que hablaba de oscuridad e incertidumbre. Como si hubiera sido una magistral puesta en escena.

El pasajero y Stella Maris son dos novelas que se complementan de esa forma en que lo hacen los hermanos, nada obvia, nada sutil, pero necesaria. Y es que McCarthy presentó el problema en la primera parte, el lector ya fue consciente de la inestabilidad mental de Alice, y nos deja en la segunda su resolución. Parece que algunas cosas sí las sabe concluir, pero, claro, lo hace a su manera. Otras nos las deja a los lectores, nos presenta las versiones y no se pronuncia, es cosa nuestra.

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Autor: Cormac McCarthy. Traductor: Luis Murillo Fort. Título: El pasajero / Stella Maris. Editorial: Literatura Random House. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Cubierta de portada de “El Pasajero-Stella Maris”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por SILVIA@MIENTRASLEOS. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 11 de noviembre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Narrativa/Novela.

Número dos, de David Foenkinos

Foenkinos es un escritor que no ha dudado en mostrar desde sus comienzos cuáles iban a ser sus temas recurrentes, eso que ahora llamamos las obsesiones del escritor, ente las que se encuentran el amor y las penas. Y es que no hace falta recordar a Charlotte para hablar de penas, también La delicadeza, novela que lo encumbró entre los lectores de nuestro país, llevaba su propia carga de tristeza, pese a lo cual sus novelas no dejan un poso triste en el lector. Y tampoco se repiten, cada novela es única y busca dentro de los lugares comunes del ser humano hasta encontrar ese poso frágil, esa inseguridad que nos aproxima al fracaso.

Su última novela, Número Dos, es el ejemplo perfecto de una aproximación al fracaso elegida de un escenario posible en el que, al menos yo, jamás había pensado. La idea es sencilla: Harry Potter en 1999. En aquel momento casi cualquier padre, e incluso muchos niños, querían ser el niño mago. Foenkinos crea para el lector a Martin Hill, un niño de diez años que se encuentra por casualidad delante de la persona adecuada para que lo empuje a hacer el casting para interpretar a dicho personaje. Martin vive en Londres, pero viaja a París porque vive entre padre y madre, en una de esa situaciones en las que se encuentran muchos niños hoy en día. Solo que Martin puede ser Harry Potter… y no lo llega a ser. Juega el autor con las casualidades para que el lector piense en el destino y lo haga sin creer en él, a fin de cuentas ya sabe por el título que no va a llegar a ser el niño elegido, haciendo gala de un cierto humor casi retorcido en el que pareciera que la desgracia ajena provoca entretenimiento y disfrute.

Solo que Martin no ha pedido ser Potter. Ni siquiera ha leído los libros, así que esto no debería de ser un problema. Salvo por el éxito de Potter una y otra vez martilleando en los medios, las calles, y la gente a lo largo y ancho del mundo. La sombra, lo quieras o no, es alargada. Con esta base se forma la primera parte de una novela que se adentra en el universo Potter tocando desde puntos conocidos por todos hasta otros que seguramente harán las delicias de los fans del niño mago y que al resto le resultarán cuanto menos interesantes debido a esa sensación de estar viendo las bambalinas de un fenómeno internacional. La historia avanza y Martin parece, ahora sí, destinado a no tener éxito ni siquiera en su ámbito más privado. Sin caer en el resentimiento, que hubiera sido lo fácil, Foenkinos desarrolla una trama en la que el éxito y el fracaso, o más bien la mediocridad, son retratados sin perder ese humor característico de sus primeros títulos.

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Autor: David Foenkinos. Traductora: Regina López Muñoz. Título: Número dos. Editorial: Alfaguara. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Cubierta de portada de “Número dos”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Silvia@Mientrasleos. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 30 de septiembre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Narrativa/David Foenkinos.

Sometidos al poder

No se imaginaba Atanagildo que un leonés le iba a rescatar de las sombras del pasado tantos siglos después. Hijo de Hermenegildo y nieto de Leovigildo —uno de los personajes más apasionantes de nuestra historia—, a este príncipe esclavo le tocó vivir los tiempos visigodos más convulsos, los de la lucha entre cristianos y arrianos, solo ciento cincuenta años antes de que Ṭāriq ibn Ziyād cruzase el Estrecho para poner patas arribas nuestra península. Óscar M. Prieto encontró la historia de Atanagildo por casualidad, en el pie de página de un ensayo histórico. El autor de Berlín Vintage quiso reparar la injusticia y le dio a este rey sin corona el papel protagonista de su séptima novela, Y por esto el príncipe no reinó (Silex, 2022).

Prieto nos hace spoiler ya en el título: Atanagildo no va a ser rey. Pero eso no importa. Lo sustancial es conocer por qué no lo hará. Con esa premisa, acompañaremos a este príncipe huérfano a través de las casi 200 páginas de esta obra, que como bien apunta Julio Llamazares más que una novela histórica se trata de: «una reflexión sobre las pasiones y anhelos del hombre de hoy y de todos los tiempos«. La vida del príncipe —destinado a ser moneda de cambio para atacar a Bizancio— se convierte en un viaje a través de las peores cualidades del ser humano: la ambición desmedida, el odio, la usurpación, la traición…  Pero en su camino, nuestro héroe también encontrará el consuelo: un eunuco se convertirá en su inesperado maestro y una esclava nodriza ejercerá con él de madre. Durante este viaje nos enfrentaremos a dilemas universales: ¿es posible ejercer el poder sin tiranía? ¿Política y moral son compatibles? ¿Debe un gobernante renunciar a la bondad para lograr sus objetivos? Una frase nos desvela las respuestas de forma amarga: «No hay nadie inocente en los aledaños del poder, todo el que lo toca pierde la inocencia«.

Mitología, filosofía e historia se fusionan en las páginas de esta obra, poesía y prosa se confunden sus párrafos, para elaborar una novela de una gran calidad literaria. Óscar M. Prieto supera con Y por esto el príncipe no reinó el reto de escribir su mejor novela, una obra en la cual el autor pasa el cedazo de forma concienzuda para eliminar cualquier resto de paja y dejar solo el grano. El lector que se acerque a este libro puede mostrar sus reparos al principio, por el tono de la escritura —cambia el humor de anteriores entregas por exigencias de un guion más trascendente, donde la angustia por el futuro juega un papel fundamental—, por las complejas temáticas, pero acabará seducido por la propia exigencia del texto, y reconfortado por el poso que reverberará en su cabeza durante mucho tiempo. Prieto bebe en esta obra de sus escritores de cabecera —Michon, Baroja, Pavese…— y no esconde la influencia de una obra referente como es Las meditaciones de Marco Aurelio. El resultado de estas confluencia nos regala un texto vivo y actual pese a su lejanía temporal, que trata sobre cuestiones vigentes en la época visigoda y en en esta Europa del siglo XXI que contempla aterrorizada una guerra entre Rusia y Ucrania. Con todos esos ingredientes, con esa receta, ese chef y esos materiales, el resultado solo podía ser un plato de alta cocina. 

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Autor: Óscar M. Prieto. Título: Y por esto el príncipe no reinó. Editorial: Silex. Venta: Todostuslibros  

Imagen: Cubierta de portada de “Y por esto, el principe no reinó”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Miguel Ángel Santamarina. 24 de septiembre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Narrativa/Óscar M. Prieto

 

 

 

Making of de ‘La sastrería de Scaramuzzelli’

Cierto día de octubre de 2016, extendí uno de esos manteles desechables, habituales en hostelería, sobre la prolongada mesa del refectorio de la Fundación Antonio Gala. El rollo de papel rodó hasta el borde y, en su particular acantilado, esperó un corte a tijera que se retrasaría varias horas: el límite de la madera podía no coincidir con el del esquema de los futuros treinta y tantos capítulos de La sastrería de Scaramuzzelli. 

Entonces dudaba —supongo que también hoy— de si anotar todos los acontecimientos de la trama era la manera adecuada de construir una novela. 

En las conocidas técnicas de “escritores brújula” y “de mapa” encontraba luces y sombras, libertades que perdían en explanadas a los primeros y calabozos en los que caían los segundos, y solo me parecía imprescindible, mediante aquella página en blanco gigante, asegurarme de que hipotecaba mis próximos años con la única historia que me obsesionaba contar: una fábula sobre el destino y las casualidades improbables.

Desde mis clases de conocimiento del medio en primaria, me había perseguido la sospecha de que el universo tal vez no ocupara más de 1550 centímetros cúbicos, el tamaño de un cerebro adulto. Y me solía plantear: si ese campo negro de planetas, estrellas y asteroides tiene 13700 millones de años, ¿qué probabilidad hay de estar en el presente? 

La realidad, tal y como la concebíamos, no debía de ser lineal, sino una reproducción eterna y en bucle, una película, un libro o un videojuego, pero con matices más complejos.

Empezó a preocuparme el sentido de la vida, la posibilidad del engaño, y me imaginaba escribiendo una obra en la que, por más que buscaba respuestas, solo tropezaba con preguntas, como si Dominick Cobb, en su quinto nivel del sueño, entrara en Matrix y descubriera a Neo girando una peonza que no se detiene porque, antes de hacerlo, la cámara muestra a Truman Burbank en su sofá, frente al televisor de tubo, aplaudiendo la escena del nuevo show.

Sin embargo, a ese proyecto de novela le faltaba una mitad, un contexto mucho más relevante de lo que pudiera pensar en un principio. Lo descubrí en una cita de Thomas Wolfe tiempo después: “No puedes escapar de lo autobiográfico cuando quieres escribir algo que tenga un valor real o duradero”. 

Había elegido mal el enfoque. Lo importante no eran las respuestas, sino quién y por qué las necesitaba. Leonardo DiCaprio, Keanu Reeves o Jim Carrey interpretaban, en un mundo onírico y de mentiras, a un ladrón de ideas, a un hacker y a un agente de seguros con objetivos y sentimientos muy reales. 

Yo acababa de cumplir los veinticuatro, trabajaba en la industria del cine y de la moda de Londres y, pese a que exploraba en relatos cortos todo tipo de temas, siempre acababa por esconder la misma inquietud: el amor truncado, aunque incondicional, de un padre por su hijo.

La sastrería, el pueblo, su gente, sus costumbres, la irrupción de la alta costura, la enfermedad de la época, el fabricante de tejidos Joseph Langhorne leyéndole al pequeño William en la ventana de su dormitorio… 

Comencé a ambientar la novela con los motivos y recuerdos que había llevado conmigo a Inglaterra. Extraje soledades de la infancia, miedos, confidencias, vivencias actuales, frustraciones de un joven futbolista que conoce demasiado el dique seco, y con ellos armé un falso escenario que llamé Tonleystone. 

Durante seis años, un foco imaginario iluminó a sus personajes, el camino del héroe, la crítica social, los vaivenes de la convivencia o las certezas que desayunan dudas, como diría Galeano; durante seis años, me dediqué a una novela que unía la vida circunstancial con la idea de que esta y todas las demás podían estar ya escritas, de que “la vida es, después de todo, un propósito de repetición”.

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Autor: Guillermo Borao. Título: La sastrería de Scaramuzzelli. Editorial: Roca. Venta: Todos tus libros, Amazon y Casa del Libro.

Imagen: Cubierta de portada de “La sastrería de Scaramuzzelli”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Obras y Cía. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 20 de septiembre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Narrativa/Guillermo Borao.

 

Terminante mosaico familiar

Ninguna duda puede caber respecto del sentido generalizador que Sara Mesa asigna a La familia. El artículo determinado “la” dice de forma inequívoca que su historia tiene alcance universal. No va a contar un caso singular que arracima una parentela formada por unos cuantos caracteres singulares y diversos, sino que tira por elevación para que esos miembros permitan un retrato total de la institución familiar. Mas no lo hace partiendo de una perspectiva abstracta o filosófica, sino con la pura mirada del observador.

La familia de marras está compuesta por los padres, Damián y Laura, Padre y Madre con mayúsculas enfáticas, núcleo seminal de “el Proyecto”, y por cuatro hijos, tres biológicos, Rosa, Damián hijo y Aquilino, y una niña adoptada, Martina. Representación del pequeño gran mundo del hombre, según buscaba la literatura clásica, los seis se diferencian lo bastante como para encarnar individualidades bien marcadas. La novela, en este sentido, pertenece a la narrativa psicologica, sin caer en la tentación de forzar extremos caracterológicos para reforzar las respectivas personalidades.

Tampoco muestra, sin embargo, caracteres planos y estables. Los niños maduran y evolucionan y los contemplamos desde el punto de vista de comportamientos infantiles o adolescentes hasta las reacciones de la madurez; así se corrobora la naturaleza durable en el tiempo de la idiosincrasia familiar (la trama argumental se extiende durante varios lustros). Este realismo de las mentes alcanza, no obstante, una extraordinaria figura en el Padre, un tipo de admirable profundidad que, en buena medida, es el motor de todos los conflictos de la novela. La ideación del personaje es magnífica. Damián padre es un fanático admirador de Ghandi, a quien emula siempre según sus interesadas conveniencias, controla y manipula sin clemencia a los suyos para entronar su totalitario Proyecto, anda entregado a dudosos empeños humanitarios y todo en él es una suma de falsedades, empezando por su ficticia profesión. El fantoche tiende un tanto a la caricatura, intencionada, pero, en un quiebro de última hora que no debo aclarar, se revela con inesperada complejidad y se transforma en alguien tocado por la verdad de lo humano puro y simple.

Esta evolución tiene un efecto impactante porque ahí, como quien no quiere la cosa, Sara Mesa le lanza al lector el duro mensaje de la novela, no otro asunto que la mostración de las falsedades sobre las que se soporta la institución familiar, y aún más allá, las relaciones humanas en general. Porque aunque la novela se focalice en ese núcleo primordial de la civilización occidental (quizás también planetaria) trasciende el problema hasta una característica humana.

A partir del hilo de Damián Padre se va formando el ovillo de asuntos que enreda Sara Mesa con la contribución de Madre, corresponsable no muy consciente del asentamiento de una tiranía meliflua, y de los hijos, cada uno con sus dilemas a cuestas. En ese ovillo hay hebras de los dramas familiares silenciosos, de la soledad vivida en un medio asfixiante, de la rebeldía humillada o valerosa, del miedo a infringir normas arbitrarias, el temor al rechazo… y, como auténtico leitmotiv, el secreto y el disimulo que marca tantas vidas y les amarga la existencia. Un mundo tan hostil como el que ya aparecido antes en la autora, solo que ahora resulta menos oscuro porque lo matiza algo en ella ausente, algunas pinceladas humorísticas, algunas ironías.

El asunto de la novela, la familia, como he repetido, podría ser una materia común, aunque mostrada con gran radicalidad. Pero donde Sara Mesa marca su sello propio es la forma, por otra parte de apariencia muy discreta. Nada vanguardista. El relato asume distintas perspectivas, conjuga las tres personas gramaticales y ofrece puntos de vista diferentes, e incluso contrapuestos, con lo cual se acentúa el realismo de observación. Por su parte, la construcción de la historia, en conjunto, muestra una novedad muy interesante, quizás ni siquiera deliberada. Los sucesos concretos se alternan y mezclan a lo largo del tiempo. Pero tienen una enorme independencia, y no solo porque agreguen personajes laterales al núcleo principal. El resultado es que la novela unitaria se fracciona en unidades algo sueltas que tienen la andadura del cuento. La familia viene a ser, así, un libro de cuentos hilvanados en una anécdota principal. Claramente, los epígrafes titulados “A estas alturas” o “Buenas personas” permiten su lectura como cuentos sueltos, que, además, forman parte de un engranaje mayor. En consecuencia, la novela se construye como un mosaico: ensambladas las piezas, vemos la estampa terminante del sistema opresivo que conforma la familia.

Sara Mesa utiliza un afilado bisturí para llevar a cabo su operación quirúrgica acerca de la familia. El trabajo meticuloso de la distanciada cirujana no constituye obstáculo alguno para que la historia tenga fuerte carga proyectiva. La literatura siempre nos pone ante el espejo. Nadie se librará de enfrentar su propia realidad con los cosas que oímos y vemos —La familia es una narración casi hablada y muy visual— en esta excelente novela.

Autora: Sara Mesa. Título: La familia. Editorial: Anagrama. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Portada de cubierta de “La Familia” de Sara Mesa.

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Santos Sanz Villanueva. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 18 de septiembre 2022.

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