Estamos en el horno…

Nicolás Mavrakis es el autor del flamante libro “Byung-Chul Han y lo político” (Prometeo).

«Ahí es donde me parece que él hila muy bien una sensación general de los usuarios de internet: pensemos la totalidad del mundo civilizado, que experimenta ese malestar, agotamiento y sin embargo son sensaciones que entran en contradicción evidente con este mundo digital del ‘Me gusta’ permanente»

Fue en el año 2015 -hace tan solo seis años- cuando conocimos de manera masiva, traducida en Argentina, la mayor parte de la obra de este pensador especialista en Martín Heidegger y promocionado entonces como “la gran revelación de la filosofía occidental”. Allí se produjo un desembarco que entonces incluyó los títulos “La sociedad del cansancio” (2012), “La sociedad de la transparencia” (2013), “La agonía del Eros” y «En el enjambre y Psicopolítica” (2014), todos éxitos de ventas en Europa.

“Hay algo clave en todos los libros de Han que es esta actitud pesimista, que hay que entender como el típico gesto del Romanticismo. El de aquel que denuncia un malestar del presente, nuestro presente tecnológico diríamos hoy, en contraste con un tiempo pasado que se supone habrá sido bueno, tiempo en que los rituales se cumplían, o con un tiempo futuro por venir en el que los rituales volverán a cumplirse”, señala Mavrakis.

La percepción del autor de «No alimenten al troll» y «En guerra con la piel» se acentúa especialmente en el caso de “La desaparición de los rituales”, donde Han no solo esboza una genealogía de la desaparición de los ceremonias y ritos, sino que se anima a citar “El Principito” y aventura diversas alternativas para liberar a la sociedad de su narcisismo colectivo gracias a, claro está, aquello que da por desaparecido en el título del mencionado libro.

«¿Por qué Han es un crítico romántico? -se interroga Mavrakis-. Porque en definitiva no importa tanto aquel pasado perdido o futuro por venir, sino lo que le interesa a él (romántico en sentido que refiere a futuros o pasados idealizados, abstractos, irrealizables o irrealizados) es la denuncia por ese malestar en el presente».

«Esa es la actitud romántica de Han: mostrar la disconformidad con lo que hay en la actualidad, y se contrasta con lo que pudo haber o lo que habrá, un espacio indefinido, aquello que alguna vez fuimos o aquello que alguna vez volveremos a ser, es decir, lo que no existe. Solo sirve para mostrar el malestar ante lo que se nos impone en determinada época, en este caso, la vida digital masificada, una vida que pasa a través de las redes sociales, algo que se intensificó mucho más después de la pandemia de Covid”, deduce el escritor.

Solo tu

Temerosa eres
aunque lo niegues,
tanta dicha
produce
el protegerte,
tu alma reboza
esa dulzura
y es por ella
que me has
conquistado,
porque dejas
ver una
inocencia,
que tus ojos
no pueden
ni siquiera
disimular.

Doy gracias
cada día
de haberte
conocido,
porque todo
en ti
me enamora,
es así
que al reírte
alejas de mi
aquella
oscuridad,
que solía
acompañarme
hasta hace
poco tiempo,
cuando
mi compañía
era solo
la soledad
de ermitaño
rumiante,
desengañado
del amor.

Ahora contigo
has traído
un destino,
un futuro,
algo tangible,
la serenidad
ha alejado
mis enojos,
vuelvo a creer
y ha sido
así por ti,
por esa
diáfana luz
qué has traído
a mi vida.

Imagen de Portada: Gentileza de Pinterest

Enemigo común

Reías tanto mientras
yo te corría
tratando alcanzarte
sin suerte,
eramos jóvenes
donde todo nos era posible.

Hoy seguimos juntos
nos cuidamos cada día,
el uno al otro
como en aquella época,
ya que hoy enfrentamos
a un enemigo
común tan invisible
que contagia y mata.

Alcohol, lavado de manos,
ventilacion no es novedad
para nosotros solo costumbre
hacerlo o usarlos,
cada día de la vida.

Nos prometimos
no quedarnos quietos,
sos vos o ambos
que cuidamos el jardín,
en el otoño necesita
mucho más cuidado,
nos reímos mucho
trayendo recuerdos
de un tiempo
que pasó,
pero su huella, dejó.

Nuestra sesión
de yoga más meditacion
en ayunas cada día
nos lleva la primera hora,
de cada amanecer

Luego él desayuno de reyes
que preparas
despues a pasear
por la plaza cercana,
gozando del aire perfumado
atrasado de los tilos.

Sabemos que este
enemigo invisible,
no tiene vencimiento,
por ello tenemos claro
que nuestra mejor vacuna
será nuestra actitud
y el amor que nos brindamos.

Solo extrañamos
los abrazos de los nietos,
pero ello nos dan
el mejor regalo al cuidarnos,
con su ausencia.

Nada, es para siempre…

Brigada homicida: Crónica de un policía.

Al amanecer del viernes 9 de junio de 1967 la suerte les da la espalda a dos baqueteados policías, Dan Madigan (Richard Widmark) y Rocco “Rocky” Bonnaro (Harry Guardino), de la Comisaría del distrito 23. En la parte alta de Manhattan, irrumpen sin mucha ceremonia en un cuartucho barato en el que Barney Benesch (Steve Inhat) se lo está pasando bien con una guapa chica hispana. Lo buscan para un interrogatorio rutinario que piden sus compañeros de Brooklyn. Mientras Benesch se viste, los dos detectives no pueden apartar los ojos del cuerpo desnudo de la joven, lo que aprovecha aquél para encañonarles con una automática y arrebatarles sus armas reglamentarias. La persecución que sucede es infructuosa, Benesch se les ha escapado. La cosa empeora cuando en la comisaría el Jefe les da cuenta de un reciente teletipo: Benesch ha participado en un robo en el que ha muerto un policía. A Madigan, un buen policía, de esos que viven con intensidad la calle y cuenta favores por doquier y con tendencia a saltarse los reglamentos, y a Bonaro, el Comisionado de Policía, el estricto Russell (Henry Fonda), que no tiene buena opinión de Madigan, quien sirvió a sus órdenes, les da un plazo de 48 horas para que encuentren y detengan a Benesch.

Madigan (Brigada homicida, 1968) podría ser un thriller policial sin más, pero no lo es. Es justamente lo contrario: un thriller con ribetes noir lleno de complejidades, brillantemente dialogado e interpretado y filmado con seca precisión por Don Siegel. Brigada homicida en su esqueleto narrativo es una vertiginosa mirada a tres días en la vida de los dos policías, obsesionados por encontrar y detener a Benesch, tanto como en la del Comisionado Russell y su segundo de abordo y amigo de siempre, el Inspector Jefe Charles Kane (James Whitmore), al que una grabación le pone en relación con sobornos mafiosos.

Un magnífico guión, obra de dos escritores blacklisted por el siniestro McCarthy, Abraham Polonsky y Howard Rodman, que escribe bajo el pseudónimo de Henri Simoun, convierte a Brigada homicida en un mapa de la condición humana pululando por un Manhattan nocturno o diurno, duro, una ciudad que no da tregua a la trepidación que la recorre del Harlem hispano al Lower Manhattan. Un mapa para recorrerlo sin brújula, con adulterios llenos de culpa y amor, traiciones, sexo, pasiones del pasado que aún repuntan en rescoldos, códigos de lealtades que se leen sin palabras, familias quebradas por el oficio de policía, corrupción, política racial, amores y desamores que se anudan inextricablemente, enanos que negocian con cualquier cosa que tenga precio, exboxeadores desamparados que aún sienten lealtad y amistad, sirenas en la noche, garitos… Una de esas canciones de bar y madrugada de Sinatra, con la corbata desabrochada, la lengua pastosa y todos los recuerdos desfilando como fantasmas que se niega a retirarse.

Brigada homicida se ve de un golpe y se recuerda siempre con personajes como la hermosa y dolorida Tricia Bentley (Susan Clark) que vive un adulterio lleno de culpas de ida y vuelta con el viudo Russell y que reflexiona con lucidez, afirmando que “el adulterio le convierte a uno en alguien solitario”, o Jonsey (Sheree North), una cantante que ofrece una cama plegable a un fatigado Madigan y le interroga acerca de por qué las cosas no pueden a volver a ser como antes de que se casara. Madigan le replica que está enamorado de Julia (Inger Stevens), su mujer. “Yo no te estoy pidiendo amor”, le miente desesperadamente la enamorada Jonsey. Esta película sin buenos ni malos porque todos lo son a la vez permite que Tricia le abra la puerta de la decencia de la amistad al estricto Russell, dispuesto a defenestrar a su amigo Kane, cuando le advierte que “a un amigo no se le debe juzgar sino querer”.

Don Siegel no se anda por las ramas y ataca con la precisión de un cirujano visual, con extraordinaria potencia narrativa barojiana, la acción filmada maravillosamente desde su mismo centro como lo hace el corazón de los personajes, que siempre se definen por lo que dicen y por lo que hacen. El excepcional reparto se encarna a sangre y fuego, a acción y palabras en la trama de Brigada homicida. Desde que la vi en el madrileño cine Bilbao una tarde de 1968, no he podio olvidar los rostros y las vidas de Widmark, en su mejor papel de siempre, a Fonda una escultura lincolniana llena de oscuridades y recovecos, Whitmore, la dignidad de vivir sabiendo su coste, y Clark, Stevens, North, Susan, Inger, Sheree, mujeres que saben lo que cuesta amar y el precio a pagar por la soledad y los recuerdos. Julia Madigan no comprende a su marido, su vida al límite, devota de su oficio, sin horarios, sin salarios lujosos, pero ni borracha y humillada es capaz de no expresarle que le quiere pese a todo. Russell decide que él y Kane pasarán juntos lo que venga porque así han vivido desde siempre. Madigan y Bonaro piden entrar solos a detener a Benesch, atrincherado en otro cuartucho, de nuevo con una chica como rehén, sediento de sangre de policía, una bestia sin futuro, una vida arrojada al sumidero. “Mañana será otro día”, comenta pragmático Russell a Kane, pero no es verdad porque en Manhattan, en el mundo, en la vida, nada es siempre mañana sino ahora, y el Destino no aguarda a nadie, de las horas la última mata, y el mañana a lo mejor es una coartada para quienes prefieren no ver, ignorar de cuánto barro valioso y dolorido estamos hechos los humanos.

***

Madigan (Brigada homicida, 1968). Producida por Frank P. Rosenberg para Universal Pictures. Dirigida por Don Siegel. Guión de Abraham Polansky y Henri Simoun (Howard Rodman) adaptando The Commissioner, novela de Richard Dougherty. Fotografía de Russell Metty en color y Techniscope. Montaje Milton Schifman. Música de Don Costa. Vestuario de Sheryl Ellison. Dirección artística, Alexander Golitzen y George C. Webb. Interpretada por Richard Widmark, Henry Fonda, Harry Guardino, Inger Stevens, Susan Clark, Sheree North, James Whitmore, Michael Dunn, Steve Inhat, Don Stroud, Harry Bellaver, Warren Stevens, Raymond St. Jacques, Bert Freed Lloyd Gough. Duración: 101 minutos.

Imagen de portada: Fotograma de “Madigan”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. “El cofre del pirata” por Eduardo Torres-Dulce. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 15 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/Cinematografía/Don Siegel

Cándido o el optimismo, de Voltaire.

El máximo representante de la Ilustración, Voltaire, adoptó un punto de vista sardónico para burlarse del principio de razón suficiente postulado por Gottfried Leibniz, según el cual vivimos en ‘el mejor de los mundos posibles’. En Cándido o el Optimismo, el filósofo francés presenta a un muchacho a quien le ocurren tantas calamidades que resulta difícil defender la felicidad con la que avanza por la vida.

En Zenda ofrecemos el arranque del la nueva edición de Cándido o el Optimismo publicada por Navona, traducida por José Ramón Monreal y prologada por un texto rescatado de Italo Calvino.

***

Capítulo primero

De cómo Cándido fue educado en un hermoso castillo y de cómo le echaron de él.

Había en Westfalia, en el castillo del señor barón de Thunder-ten-tronckh, un muchacho al que la naturaleza había dotado de las costumbres más apacibles. Su cara era el espejo de su alma. Era muy recto de juicio y de espíritu muy inocente. Tal vez por esta razón le llamaban Cándido. Los viejos criados de la casa sospechaban que era hijo de la hermana del señor barón y de un buen y honrado gentilhombre de los contornos, con quien la muchacha no quiso casarse jamás, porque no había podido probar más que setenta y un cuarteles, y porque el resto de su árbol genealógico se había perdido a causa de los estragos del tiempo.

Era el señor barón uno de los más poderosos señores de Westfalia, pues su castillo tenía puerta y ventanas. La gran sala estaba adornada con un tapiz. Todos los perros de sus patios formaban, si era menester, una jauría; los palafreneros eran sus monteros; el vicario del pueblo, su limosnero mayor. Todo el mundo le llamaba señoría, y le reían todas las gracias.

La señora baronesa, que pesaba alrededor de trescientas cincuenta libras, se había ganado por ello una grandísima consideración y honraba a la casa con una dignidad que la hacía más respetable aún. Su hija Cunegunda, de diecisiete años de edad, era de un vivo colorido, lozana, carnosa y apetecible. El hijo del barón parecía en todo digno de su padre. El preceptor Pangloss era el oráculo de la casa y el pequeño Cándido escuchaba sus lecciones con la buena fe propia de su edad y de su carácter.

Pangloss enseñaba la metafísico-teólogo-cosmolonigología. Demostraba admirablemente que no hay efecto sin causa y que en éste, el mejor de los mundos posibles, el castillo del señor barón era el más hermoso de los castillos y la señora la mejor de las baronesas posibles.

«Está demostrado —decía— que las cosas no pueden ser de otro modo de como son, ya que, estando hechas para un fin, todo conduce necesariamente hacia el mejor fin posible. Nótese que las narices fueron hechas para llevar anteojos, por eso tenemos anteojos. Las piernas fueron evidentemente hechas para ser calzadas, y tenemos las calzas. Las piedras fueron hechas para ser talladas y para construir castillos con ellas, por eso su señoría tiene un hermoso castillo; el barón más grande de la provincia debe ser el que esté mejor aposentado; y los cerdos fueron hechos para ser comidos, y por eso comemos tocino todo el año: por consiguiente, los que han dicho que todo va bien han dicho una tontería; hubieran tenido que decir que todo va del mejor modo posible».

Cándido escuchaba atentamente, y lo creía inocentemente, pues encontraba a la señorita Cunegunda muy hermosa, aunque nunca hubiera tenido el atrevimiento de decírselo. Pensaba que después de la dicha de haber nacido barón de Thunder-tentronckh, el segundo grado de la felicidad era ser la señorita Cunegunda; el tercero, verla todos los días; y el cuarto, escuchar al maestro Pangloss, el más grande filósofo de la provincia y, por tanto, del orbe entero.

Paseando un día Cunegunda cerca del castillo, por el pequeño bosque que llamaban el parque, vio entre la maleza al doctor Pangloss impartiendo una lección de física experimental a la doncella de su madre, morenita, muy graciosa y dócil. Como la señorita Cunegunda tenía grandes aptitudes para las ciencias, observó, sin decir esta boca es mía, los reiterados experimentos de que era testigo; y comprendió clara y distintamente la razón suficiente del doctor, los efectos y las causas, y se volvió muy inquieta, pensativa y llena de grandes deseos de saber, soñando que podría perfectamente ser la razón suficiente del joven Cándido, quien podía ser también la suya.

De vuelta al castillo, se encontró a Cándido y se sonrojó; también éste se ruborizó; ella le dio los buenos días con voz entrecortada, y Cándido habló sin saber lo que decía. Al día siguiente después de comer, al levantarse de la mesa, Cunegunda y Cándido se encontraron detrás de un biombo; Cunegunda dejó caer su pañuelo, Cándido lo recogió, ella le tomó inocentemente la mano, el joven besó candorosamente la de la muchacha con una viveza, una sensibilidad, una gracia muy particulares; sus bocas se encontraron, sus ojos se encendieron, sus rodillas flaquearon, sus manos se extraviaron. El señor barón de Thunder-ten-tronckh acertó a pasar cerca del biombo y, viendo aquellas causas y aquellos efectos, echó del castillo a Cándido propinándole unas patadas en el trasero; Cunegunda sufrió un desmayo; fue abofeteada por la señora baronesa al volver en sí; y todo fue consternación en el más bello y agradable de los castillos posibles.

—————————————

Autor: Voltaire. Título: Cándido o el Optimismo. Traducción: José Ramón Monreal. Editorial: Navona. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Cubierta de portada de “Voltaire –  Cándido o el Optimismo”

FUENTE RESPONSABLE: ZENDALIBROS.COM 16 de marzo 2023

Sociedad y Cultura/Literatura/Adelantos editoriales.

Cinco poemas de Roland Leighton

Todos los llamados war poets, es decir, los poetas que conocieron las trincheras de la I Guerra Mundial, tienen la misma característica: murieron jóvenes. Igual que les ocurriera a Wilfred Owen y a C.H. Sorley, Roland Leighton recibió un disparo mientras avanzaba por tierra de nadie. Su vida fue tan breve que solo tuvo tiempo de escribir dieciséis poemas, ahora recogidos por El Desvelo Ediciones en el volumen Un llanto sobre el mar, antología a cargo de Paula Campos Fernández.

***

Triolet 

Hay un llanto sobre el
mar, y el año viejo se
muere.

Llega con las alas de la noche hasta
mí; hay un llanto sobre el mar,
y el hondo corazón del mundo
suspira por lo que no pudo ser.

Hay un llanto sobre el
mar, y el año viejo se
muere.

***

L’Envoi

Apenas sólo un giro de
cabeza, un adiós levemente
pronunciado, y partisteis en
busca
del destino como hombres.

Pero nuestros caminos de juventud se cruzaron una
vez; y no penséis, compañeros,
que olvidaremos la inmensa
deuda contraída con vosotros.

Seguid caminando; y aunque la
fama llegue a coronar vuestro
nombre, recordad dónde vivisteis
los días de la infancia.

Y en los años más oscuros de la vida
mirad cómo las ilusiones y los miedos
pasados se mezclan con lágrimas de la
memoria
y la culpa y la alabanza.

***

Clair de Lune

Suaves por el aliento de las
flores y por la risa de lluvias
pasadas, las encendidas
horas de luz pálida envuelven
el prado y el bosque;

y por el susurrante río
bajan los reflejos rizados
de la luna
sobre olas que irrumpen y
recelan por miedo a unirse con
el mar.

Mas cuando envejece la
noche y su silencio aún es
más frío, el negro de los
álamos feroz
se vuelve contra el cielo que amanece.

Las brasas que el nuevo día
enciende unen los sueños de
junio y diciembre; y nadie lo
recuerda
salvo la luna y yo. 

***

Sobre un cuadro de Herbert Schmaltz

Un rostro marmóreo, sin pasión, como de alguien
a quien hubiera mirado la terrible gorgona y, sin embargo, sus
ojos son claros, húmedos ojos de fulgor amatista
como estanques al amanecer, ojos ante cuya mirada
uno no se atreve a hablar, temeroso de que toda su
ternura se funda en una sola lágrima irisada…

***

En el jardín de rosas

Pétalos rosicler bajo el rocío;
como alas de rosa
desplegándose;
—¿Qué puede haber —pensé— más
bello en todo el mundo?—

Unos pasos ligeros aunque indecisos
(¿qué otra cosa podría haber hecho
ella?) cruzaron desde la sombra del
cenador hacia el sol.

Mediodía y un esplendor perfumado,
dorado y rosa y rojo;
—¿Qué son, después de todo, —me
dije— las rosas para mí?—

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Autor: Roland Leighton. Traductora: Paula Campos Fernández. Título: Un llanto sobre el mar. Editorial: El Desvelo. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

BIO

Roland Aubrey Leighton (Londres, 1895-Somme, 1915) fue un poeta que, como otros war poets, defendió el pacifismo en su obra. Hijo de dos escritores, Robert Leighton y Marie Connor Leighton, mantuvo una relación de juventud con la también autora Vera Brittain. La I Guerra Mundial estalló justo con Roland terminaba el instituto. Movido por su patriotismo, se alistó inmediatamente y fue enviado al frente francés. Un año después, recibió un disparo mientras estaba al descubierto en tierra de nadie.

Imagen de portada: Roland Leighton

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Laura Di Verso. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 14 de marzo 2023

Sociedad y Cultura/Literatura/Poesía

5 poemas de Pureza, de Irene Domínguez.

Irene Domínguez mereció uno de los accésits del Premio Adonáis 2022 con un poemario de inspiración juanramoniana del que cabe resaltar, según el jurado, “su poderosa evocación de la infancia y por la fuerza con la que describe la cotidianidad, las relaciones amorosas y la crisis generacional que afecta a tantos jóvenes de hoy”.

En Zenda reproducimos cinco poemas de Pureza (Rialp).

***

LA TORRE, EL CABALLO Y EL ALFIL 

No me canso de decirle a mi entrenador
tira la toalla
pero él no oye nada porque ni en el ring ni fuera
se le ha visto nunca.
Quizás, a su manera, trata de salvarme
del deshonor.

Eugenio Montale

Vienen sólo para pegarse entre ellos
y muchos no tienen dinero ni cama
en la que descansar después de la pelea.
Han cruzado el Mediterráneo
para perseguir un futuro
tan lejano y cercano como la distancia
que separa su piel quemada de la lona.
Cada domingo olvidan sus trabajos
en el cuadrilátero frente a otros
que son rivales y reflejo de sí mismos.
El entrenador, con voz de compañero
de celda, les grita:
patada recta patada con paso patada diagonal
y lo ejecutan perfectamente sin saber
que una tradición lo llama
«el movimiento de la torre, el caballo y el alfil».
Son tan puros como la sangre que salta en un golpe seco.
Tal vez en otro país o en otro mundo distinto a este,
alguien les dijo que aquí podrían honrar sus apellidos.
Por primera vez alguien
se dirige a ellos por sus apellidos.
Este domingo a las ocho de la mañana
busco en ellos mi instinto de morir, mi instinto de matar,
y me juego lo único en mí que no odio, mi nariz,
y me vendo el pecho para parecerme a ellos.
Porque alguien también me dijo
que aquí podría honrar mis apellidos.

*** 

ME tapé los pendientes con las manos frente al espejo.
Le dije a mi padre: mira, ¡soy un niño!
Pero temía llegar a clase y dejar de gustarte,
que mi feminidad no fuese feminidad suficiente,
que me dejases por otra niña y jugases a los papás con ella
(no soportaba imaginarte siendo marido de Elena
o de Sandra o de María o de Carmen).
Mi padre me besó la frente, me cogió en brazos
y me sentó en su Renault rojo matrícula dieciséis dieciséis.
Ese día fuimos al campo y jugamos al fútbol.

***

A Guillermo Marco Remón

ME regalaste un pompero por mi cumpleaños.
Lo trajiste como si un tesoro te hubiera bendecido las manos.
Te dije que era mi juguete favorito
y te enseñé la forma de que durase mucho más,
capturando una en el aire para crear otra nueva.
Ese día hicimos muchas, juntos,
y pensamos que nos durarían para siempre
las pompas y la infancia.
En algún momento creceríamos y me enseñarías
ese poema de Pessoa sobre pompas de jabón
con una precisión redondita o aérea
y comprendería que tú eras el chiquillo
que se entretiene en soltar por la pajita
toda una filosofía.
Nuestras pompas entonces eran inocentes,
brisa que apenas roza las flores al pasar,
besos de niños al aire. Ahora son caóticas
y tienen versos de poemas que nos gustan.
Verte, qué visión tan clara.
Vivir es seguirte viendo.
Cambiaríamos las pompas
por otros juegos menos niños,
pero nuestro amor seguiría toda esa filosofía.
Nos enseñaríamos la forma de que durase mucho más.

***

PERO tú qué te has creído Irene little Irene
con ese vestido de gomas que se pegan a tu cuerpo
y ese escote redondo de barco que naufraga
por esas islas que sólo habitan reyes.
Cuántas veces tenemos que tocarte las palmas
y llamar tu atención, cuántas veces tenemos
que llamarte sultana o emperatriz
y prejuzgarte y avisarles a tus chicos
de lo diabla que eres,
y la de veces que has hecho por ganarte esa fama.
Sólo nosotros lo sabemos.
No fue abandono, fue supervivencia.
Te quiero, pero no soporto la forma que tienes
de derribar los muros cuando me miras.
Tus ojos en llamas nos han quemado los entresijos
de la ingenuidad.

***

KIM K. ACABA DE COMPARTIR UNA PUBLICACIÓN 

You want a piece of me.

Britney Spears

¡Basta de silencios!
¡Gritad con cien mil lenguas!
porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido!

Santa Catalina de Siena

Vosotros queréis un pedazo de mí,
cuando me veis sola y hecha añicos,
pero yo no soy solo yo.
Pertenezco a una raza que ya existe,
de muñecas rusas fabricadas por artesanos
que las multiplican con variaciones
(medalla de oro, pecho blanco, mejillas rosas…),
y que todo el mundo desea abrir,
todas con un nombre distinto tallado,
todas con algo familiar en la mirada.
Vosotros queréis un pedazo de mí,
saquear mi cuerpo igual que Borchardt Nefertiti.
Por eso me corté las tetas
y os las ofrecí en una bandeja de plata.
El dolor me convirtió en Catalina.
Sangré por los costados mientras las palabras
salían dictadas a borbotones,
como si Alguien guiase mis manos,
las mismas manos que nos abrazan cuando os marcháis.
Con el pelo empapado de sangre
me seguís mirando y me decís que gotea,
que lo esparza por vuestras páginas escritas a mí,
a nosotras, a las de esta antigua raza milenaria,
por esos versos que se multiplican y apelotonan
hasta convertirse en un silencio
que grita con cien mil lenguas.
Quise quitarme del cuello la medalla de oro,
deseé un pecho menos blanco, unas mejillas ásperas,
y sentí envidia del artesano ambulante
que talló mi nombre propio,
que entregó el suyo, conmigo, a la artesanía.
Era la única manera de sobreviviros a todos.
Vosotros queréis un pedazo de mí.
Aquí estoy, cogedlo,
pero no os cortéis con los añicos.

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Autora: Irene Domínguez. Título: Pureza. Editorial: Rialp. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Cubierta de portada de “Pureza”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 13 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Poesía

Dorothy Dandridge, recuperada del olvido

Lo de la reivindicación extemporánea, improcedente, desatinada, es una impertinencia en las entregas de premios, ya clásica, sobre la que empiezan a advertir algunos cineastas. En el mejor de los casos, resulta tan molesto como el afán de los líderes y las lideresas de pastorear a las masas por las avenidas, obstruyendo la vía pública, petando la ciudad, con la pancarta, la batucada y las consignas voceadas como un mantra ensordecedor. El cine, la cultura en general, contaminada por la política, es una abyección: la perversión por la infamia y la demagogia del verdadero instrumento para la emancipación del ser humano: la cultura, por la mayor vileza: la política. Pero lo de las causas y las solidaridades en los repartos de laureles son un oportunismo de marca mayor. Las galas, básicamente, son una feria de las vanidades. Se va a ellas a ser halagado. Un festival del ego al que los premiados acuden para vanagloriarse; los que aplauden, la murga para la adulación de quien es menester en pos de medro. De modo que eso de solidarizarse con quienes sufren a miles de kilómetros del palacio donde se reparten las estatuillas, no es más que cinismo, retórica, una subrepticia forma de autopromoción.

Con todo, hace años hubo un caso excepcional, ante el que yo me descubro en la distancia. Corría 2002 cuando Halle Berry fue distinguida con el Oscar a la Mejor Interpretación Femenina por su trabajo en Monster ‘s Ball (Mark Foster, 2001). En esas palabras de agradecimiento, que se esperan breves y sin majaderías, aún se estilaban las peroratas sobre la supuesta grandeza del trabajo en equipo. 

Pero Halle, muy emocionada, dedicó su estatuilla a la memoria de Dorothy Dandridge. Otra actriz de Cleveland (Ohio), como Halle, incluso nacieron en el mismo hospital. Dorothy 44 años antes. Ya estaba prácticamente olvidada cuando su rendida admiradora la recordó. Afortunadamente, Hollywood había cambiado mucho cuando Halle Berry recogió esa estatuilla que Dorothy Dandridge, aunque sí estuvo nominada, nunca llegó a recoger.

Llegado al fin el tiempo de honrar a las mujeres del pasado que supieron brillar por su trabajo en un mundo concebido por y para los hombres blancos, en una semana como la que hoy acaba, sí se antoja oportuno escribir sobre la Bess de Porgy y Bess, la adaptación de la ópera homónima de los hermanos Gershwin dirigida por Otto Preminger en 1959. Todo un clásico del repertorio musical estadounidense.

Ya entrando en materia, recuerdo la versión de I Love You, Porgy de la gran Billie Holiday —junto con Summertime la pieza más célebre de las diferentes adaptaciones jazzísticas que ha conocido la ópera en cuestión— y me pregunto cómo Lady Day —que llamaban a Billie cariñosamente los amantes del jazz— podía cantar tan dulcemente con esa vida horrorosa que el racismo de su país la dispensó. Lo suyo —o al menos a mí se me antoja— hubiera sido cantar con tanta fuerza como Janis Joplin. Sin embargo, y eso es algo que me parece sumamente femenino, Billie Holiday se enfrentó a la barbarie con su decadente dulzura. Uno de sus temas emblemáticos, «Strange Fruit», alude a los extraños frutos que penden de los árboles de un sur que el viento nunca se llevó. No son otros que los cadáveres de los afroamericanos linchados por el Ku Klux Klan, o cualquier turba caucásica sin capirote —al fin y al cabo, un linchamiento también es una manifestación de la voluntad popular—, y dejados allí —como los ajusticiados de La balada de los ahorcados (1463) de François Villon— para escarnio y advertencia de la gente de color. 

Pues bien, no sé si será el tempo, la cadencia de su fraseo o esa dulzura decadente de las yonquis anteriores a la popularización del caballo de la muerte, como lo fue Billie. Pero hay algo en la interpretación de «Strange Fruit» por parte de Lady Day —en su voz la mejor canción del siglo XX según la revista Time y una de las primeras piezas del cancionero de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos— que convierte en ironía la gravedad del asunto.

“Siempre quise el sonido de Bessie”, comentaba Billie. Se refería a Bessie Smith, la Emperatriz del blues, otra afroamericana digna del mayor de los encomios en estos tiempos nuestros. También de vida breve, por su alcoholismo y la Gran Depresión, a ella se deben clásicos del cancionero estadounidense, algunos de cuyos títulos hablan por sí solos: «Mi ginebra y yo», «Mándame a la silla eléctrica, cariño», «30 días en la cárcel» serían sus traducciones. Apenas comienza a entonar «After You’ve Gone» te sube al séptimo cielo. Murió de mala manera en un accidente de circulación. Cuando se encontraron sus restos en una tumba sin nombre, a comienzos de su reivindicación a finales de los años 60, Janis Joplin pagó la lápida que la recuerda debidamente en algún lugar de Pensilvania.

También se impone hablar en estos días de reivindicación de las grandes mujeres pretéritas de Sister Rosetta Tharpe, toda una pionera del rock & roll. Los riffs de su guitarra, vistos ahora, en esas rudimentarias grabaciones subidas a YouTube por los espontáneos, aún conmueven a cualquier amante de la queridísima música estadounidense del siglo XX.

Mujeres malditas todas ellas, por el simple hecho de ser afroamericanas nacidas en ese sur que el viento nunca se llevó. Todas son dignas de todos esos homenajes que nuestro tiempo tributa a todas sus congéneres por las que la historia no pasó. Pero hoy vengo a hablar sólo de una, Dorothy Dandridge, la Bess de Porgy and Bess.

Nacida en 1922, Dorothy creció en ese ambiente, mucho menos mediatizado por los odios seculares que el resto del país, que es la trastienda de la creación musical. Un pequeño limbo donde entonces se confundían el jazz, el blues y el boogie-woogie que acabaría siendo el germen del rock & roll. 

Hija de una conocida actriz radiofónica, Ruby Dandridge, y de un ministro bautista, a su madre no le fue difícil convertir a sus dos hijas menores en un dúo de niñas cantantes y bailarinas. Los cinco años que pasó recorriendo el profundo sur actuando junto a su hermana Viviane, apenas le permitieron ir al colegio. 

De vuelta al norte, las hermanas Dandridge también contaron entre los artistas afroamericanos que, para actuar en el célebre Cotton Club de Nueva York, entraban por la puerta de servicio. Hasta que la Gran Depresión puso fin a su carrera musical.

Su primera actuación ante las cámaras fue en un cortometraje de la Pandilla —todo un ejemplo de integración racial en los suburbios—, una serie con la que el gran Hal Roach —su productor— dio el paso del silente al parlante. Fueron varias las cintas en las que Dorothy intervino sin decir nada. De ahí que no aparezca acreditado su nombre. 

Sin embargo, en Un día en las carreras (Sam Wood, 1937), uno de los mejores filmes protagonizados por los hermanos Marx, incluso canta una pieza. Pero tampoco aparece en los títulos de crédito. Eso sí, en el 43 era la vocalista en la orquesta de Count Basie en Hit Parade 1943, de Albert S. Rogell; en el 44 hizo otro tanto en la de Louis Armstrong en Atlantic City, de Ray McCarey, y Pillow to Post (Vincent Sherman, 1945).

Debido a su rechazo a los papeles escritos dentro del prototipo de las afroamericanas en el cine clásico estadounidense, sus colaboraciones se vieron muy reducidas. 

Aun así, en el 41 compartió cartel con Gene Tierney en Sundown, una aventura africana de Henry Hathaway. Como sus facciones no eran las habituales de las mujeres negras, muy por el contrario, eran de blanca, esto hizo que los realizadores le confiasen papeles de princesas de fabulosos reinos africanos que a menudo eran villanas. Aproximadamente, ese fue el caso de Melmendi, la reina de Ashuba en Tarzán en peligro (Byron Haskin, 1951).

Y en 1954, cuando las manecillas del reloj dieron la hora de Dorothy Dandridge, fue para incorporar a otra villana. Ni más ni menos que Carmen, la protagonista de la célebre ópera de 1875 de Georges Bizet. Sobre un guión de Oscar Hammerstein II, Otto Preminger trasladó el asunto de la supuesta España decimonónica del original a un campamento militar del sur estadounidense de mediados del siglo XX. Interpretada toda ella por actores afroamericanos —Harry Belafonte era el coprotagonista—, se estrenó con el título de Carmen Jones y constituyó un éxito sin precedentes en las carteleras de todos los colores y del mundo entero. De entonces data su nominación al Oscar a la mejor actriz, que aquel año acabaron por dárselo a Grace Kelly.

Aunque Dorothy Dandridge, que nunca renunció a su carrera como vocalista, era una cantante muy reputada que actuaba en los mejores clubes estadounidenses. Sin ir más lejos, fue la primera afroamericana que cantó en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York, abriendo al hacerlo el camino a todos los músicos de color que la sucedieron. Pero en Carmen Jones fue doblada por una mezzosoprano.

Convertida en amante de Preminger tras separarse de su primer marido —el bailarín Harold Nicholas—, la Fox, el estudio que la tenía bajo contrato, escondió el asunto todo lo que pudo. 

Tanto por lo mal vistas que estaban entonces las relaciones interraciales —perfectamente podían acabar con un linchamiento— como por ser el realizador un hombre felizmente casado. Así las cosas, parece ser que cuando Dorothy se quedó embarazada, el estudio la obligó a abortar.

Además de amante, el realizador también se convirtió en su consejero. Con el tiempo, cuando todo —como siempre hay que prever, aunque nunca se hace— se le vino abajo, se arrepintió de seguir la indicación de Preminger y aceptar sólo papeles protagónicos. Carmen Jones, al fin y al cabo, la había convertido en toda una estrella. Fue la primera afroamericana que ocupó la portada de la revista Life.

Tras tres años apartada del cine, volvió para protagonizar Porgy and Bess, que resultó ser una de esas películas que perduran en el tiempo. Pero el éxito no se repitió. Tuvo que volver a interpretar a personajes de reparto. A menudo en Europa.

Unos años antes había perdido la patria potestad de su única hija. Llegado el momento de dar a luz, se empeñó en esperar a que su marido volviera a casa para llevarla al hospital: el tipo estaba en brazos de su amante. El parto se complicó, Dorothy llegó tarde, tuvieron que extraer a la niña con fórceps y el cerebro de la muchacha quedó dañado. De modo que el juez le quitó a su hija, quien creció tutelada por el estado. Apenas pudo verla.

Partió con Preminger cuando comprendió que el realizador nunca iba a dejar a su mujer por ella. Creyó que las manecillas del reloj volvían a dar su hora cuando Rouben Mamoulian la eligió para protagonizar su Cleopatra. 

Ya estaba muy avanzado el rodaje cuando los responsables de la Fox decidieron que todo lo rodado por Mamoulian no era comercial. Sustituyeron al realizador por Joseph L. Mankiewicz y a Dorothy Dandridge por Elizabeth Taylor. El equipo entero dio paso a otro. Fue el final de la carrera de Mamoulian, el arranque del desastre de Cleopatra y el comienzo de la ruina de Dorothy. 

Después, cuando el fisco la reclamó un dinero que no había pagado, descubrió que su representante le había robado una cantidad algo mayor. Tuvo que vender su casa de Hollywood y mudarse a un apartamento. Sobrevivió cantando, aunque no la dejaban bañarse en las piscinas de los hoteles donde actuaba. 

Su tiempo ya había pasado de una u otra manera. Se la encontraron muerta de una sobredosis de un tranquilizante. Se dijo que fue accidental. Kenneth Anger lo pone en duda. Ya en el olvido, Cicely Tyson, Jada Pinkett Smith, Halle Berry, Janet Jackson, Whitney Houston, Kimberly Elise, Loretta Devine, Tasha Smith o Angela Bassett sólo son algunas de las actrices y cantantes afroamericanas que la han reivindicado. Yo la evoco en su papel de Bess al escuchar «I Love You, Porgy» en la voz de la gran Lady Day, con el gran Lester Young al saxo.

Imagen de portada: Dorothy Dandridge

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Javier Memba. Editor:Arturo Pérez-Reverte. 12 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/Cinematografía/Dorothy Dandridge/En memoria

Explorar el extremo.

Transcurrida casi una década desde la aparición, en 2013, de su libro de poemas anterior, Sin ruido, José Corredor-Matheos (Alcázar de San Juan, 1929) publicaba en otoño de 2022 una nueva obra lírica, Al borde, editada igualmente por la barcelonesa Editorial Tusquets en su colección Nuevos Textos Sagrados. Entre uno y otro títulos, en 2020 publicó el escritor manchego, afincado desde muy joven en Barcelona, una recopilación de la poesía que se considera más esencial y que había escrito entre 1970 y 2018. La inclusión de ese corpus en la serie Clásicos Hispánicos de Editorial Cátedra supuso el reconocimiento de que su creación poética podía ya ser leída como la de un clásico de las letras españolas.

Y esa consideración de clásico, de un clásico asociado por la crítica a la generación de poetas del mediados del siglo XX, no hace sino refrendarla la citada entrega más reciente. El autor le ha dado un sugerente título que pudiera suscitar la idea de haberse acercado muy al extremo, muy “al borde” del misterio del vivir en uno de los universos posibles mediante una iluminación poética de índole metafísica, ontológica, cósmica, según podría desprenderse de uno de los textos más significativos del libro, y que dice así:

Estás al borde, al borde,

y no sabes de qué.

Te parece, de pronto,

verlo todo,

saber que tú eres nada,

acaso siendo todo (119).

Libro integrado por 53 poemas breves que se agruparon en tres secciones, en Al borde ha reunido su autor aquellos textos que han logrado sobrevivir a su autoexigencia literaria entre los muchos que fue escribiendo durante el antedicho período de casi dos lustros, en el que pudo haber alguna que otra fase de sequedad creativa. También incluye el libro, excepcionalmente, el rescate de una composición que por espacio de varias décadas permaneció en la carpeta de las dudosas, como se indica a pie de página, en la 87. Aludo a la que empieza con el verso “Entre el uno y el diez”, y que imagino ha sido ahora validada para ver la luz pública en virtud de que se sitúa en el lindero de una dimensión que el poeta habrá calibrado como de misterio.

Iniciado el libro con los versos metapoéticos de la composición “Qué fácil escribir…”, en la sección primera se agavillan especialmente poemas inspirados en artistas en los que el sujeto lírico advierte concomitancias mistéricas, conteniendo las otras dos partes textos que difícilmente hubieran podido escribirse sin que José Corredor-Matheos se hubiera adentrado en filosofías orientales como, por ejemplo, la del budismo zen, sazonándolas con lecturas de la mística occidental europea y española, de perfiles indagatorios como, por ejemplo, el de Juan Ramón Jiménez, de la kábala, o incluso de la física cuántica.

El meollo interno del sistema de poetización corredoriano suele estar vertebrado por parejas de antónimos, entre los que anoto los principales: ser y no ser, estar y no estar, presencia y ausencia, aparecer y desaparecer, perderse y encontrarse, entrar y salir, abrir y cerrar, empezar y acabar, vacío y lleno, todo y nada, luz y oscuridad, escribir y borrar, escribir y no hacerlo, conferir sentido y quitarlo, unidad y dualidad, y palabra y silencio.

Cuando el poeta se adentra a través de los arcanos que se esconden en esta plural red semántica suele captar nuevas variaciones significativas apenas transitadas antes en sus libros. Se decide entonces a expresarlas sin titubeos mediante lúcidos destellos poéticos de autoconocimiento, así en un poema que apariencia paradójica que linda con el haiku (“No siendo, todo es, / y tú mismo estás / sólo cuando no estás.”) (51) o en el que traslado a continuación:

La función de la luz

no es la de brillar,

sino la de encubrir

el misterioso brillo

de las sombras.

La función de las sombras

es la de hacerte ver

lo que ocultaba la luz dentro de ti. (43)

—————————————

Autor: José Corredor-Matheos. Título: Al borde. Editorial: Tusquets. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

José Corredor-Matheos © Andreu Clapés.

Imagen: Cubierta de portada de “Al borde”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por José María Balcells. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 9 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Antología Poética

Zenda recomienda: Jarrón y tempestad, de Guadalupe Grande.

Jueves en Zenda. Jueves de poesía. Jueves, en este caso, de Jarrón y tempestad, el último poemario, publicado póstumamente, de la escritora y antropóloga social madrileña Guadalupe Grande (Madrid, 1965 – 2021), publicado por el sello editorial La Uña Rota.

Hija de dos poetas fundamentales como Francisca Aguirre y Félix Grande —fallecidos, respectivamente, en 2019 y 2014—, Guadalupe Grande desarrolló la mayor parte de su labor como poeta a lo largo de la primera década del siglo XXI.

Durante los últimos años de su vida trabajó en diferentes ámbitos de la creación artística, inserta en una multidisciplinariedad en la que su barrio de toda la vida, Chamberí, desempeñó siempre un papel fundamental.

Tras una década de asueto poético, su repentino fallecimiento a comienzos de 2021 llegó poco después de que este libro, Jarrón y tempestad, fuese dado por terminado. Ahora es buena prueba de un legado extenso y crucial.

La propia Guadalupe Grande apuntaba, alrededor del libro: «Pienso que escribir poesía quizá sea una derrota necesaria. Pienso en la palabra derrota y me abrazo a ella como el náufrago se abraza a la última ola.

Pienso en la palabra naufragio. Escribo la palabra naufragio y veo las calles de esta ciudad, los coches, los trenes, las farolas, los alimentos llegando de no se sabe dónde, la gente que viene y va, como las olas, el movimiento confuso las cosas y los seres: tal vez los restos de un viaje transoceánico que nunca supimos a dónde conducía y que ha llegado hasta aquí, hasta la palabra naufragio, hasta la palabra derrota.

Escribo la palabra derrota y pienso en la palabra sentido: en el sentido de abrazarse a la última ola, de abrazarse al rescoldo, a la memoria que tartamudea en el centro de cada palabra, a la ceniza desde la que la memoria arde en los ojos, al hueco oceánico y ceniciento por el que se desploman las palabras y que siento como la única juntura posible. Ver, mirar, hablar. El horizonte, el tiempo, la historia. El corazón que trabaja, envejece y no comprende.

El alma que comprende, o lo intenta, que se abisma, se aturde, se ilumina, y como nadie sabe si existe dice su palabra con la cautela y la precaución del fantasma. Las palabras, su rescoldo, su ceniza, su sonido, su música de sentido. Pienso en la poesía como en las palabras de un náufrago. Pienso en cada poema como en las últimas palabras de este naufragio, de esta derrota necesaria».

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Autora: Guadalupe Grande. Título: Jarrón y tempestad. Editorial: La Uña Rota. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Cubierta de portada de “Jarrón y tempestad”

FUENTE RESPONSABLE: ZENDALIBROS.COM  9 de marzo 2023

Sociedad y Cultura/Literatura/Libro recomendado.

4 poemas de Demonios, de Ben Clark.

Ben Clark no solo es uno de los poetas españoles que mejor expresa las emociones en sus piezas, sino también uno de los más reconocidos por la crítica, como demuestra un palmarés que incluye los premios El Ojo Crítico, Hiperión y Loewe. Ahora regresa a las librerías con un poemario, Demonios, en el que se adentra en los espacios oscuros del duelo y la muerte.

En Zenda ofrecemos cuatro poemas de Demonios (Sloper).

*** 

HIPIQUIENNE

Al escultor y ceramista Gerry Clark

Sospecho de las piezas más grandes que su puño.

El puño de mi padre que, sin amenazar,

representa volúmenes, fronteras,

las masas que no deben, que no pueden ser sólidas.

Cualquier cosa más grande ha de ser hueca,

y cualquier cosa hueca tiene que respirar.

Es lo único que sé, lo único que aprendí

de su oficio: que hay pocas cosas sólidas,

que es rara la escultura

que no contenga el eco del secreto,

que no existe cerámica en el mundo

que no respete el puño de mi padre.

Y a mil doscientos grados los ollares

de sus caballos eran de verdad,

en el infierno, vivos, respiraban

exhalando el vacío de sus cuerpos,

los secretos que habían compartido

con mi padre y que sólo

podría revelar la destrucción.

Cualquier cosa más grande que su puño

me conduce a la idea de la muerte,

al presagio ominoso de un error

de cálculo, a caballos reventando

en trincheras de fuego de Verdún:

montañas de animales que se ahogan

o que vagan igual que pensamientos

al final de un poema. Pero el puño

de mi padre, cerrado

sobre las verdes sábanas no estima

los límites de nada, si pudiéramos

hacer un molde, hacer un vaciado,

que él lo supervisara —ocho millones

de caballos murieron en la Gran Guerra casi

todos de agotamiento—.

Mi padre abre la mano y los planetas

se avergüenzan un poco de sus núcleos,

hacen fiestas los potros de Altamira,

y retumban los cráneos vacíos

de todos los guerreros de Xian,

abre la mano y vuelan

murciélagos albinos en las cuevas

del Cáucaso, chillando como alarmas

que alertan del final de la alegría.

Llega el frío, los cuerpos se contraen,

y migran los caballos hacia el sur.

El tiempo acumulado se hace sólido

y algo, en alguna parte, se fractura

porque no puede ser de otra manera,

porque es la ley del puño de mi padre.

***

@BelenBermejo

Dicen que va a haber tormenta a las seis

que lloverán palabras, frases, libros

enteros —un peligro—, dicen que la tormenta

viene de lejos: años, quizá décadas

o siglos —nadie sabe—, dicen que las palabras

se irán acumulando hasta arrastrarlo

todo, todo el pasado y el presente

y también el futuro.

Un terrible aguacero de libros no leídos,

la historia no narrada del corazón humano

nos va a empapar, Belén,

y tú no vas a estar para cuidarnos,

para decirnos calma, no es más que una tormenta

de libros, de recuerdos, de palabras

que a veces, no, no bastan

pero eso ya no puede darnos miedo.

Si estuvieras aquí,

quizá nos abroncases por miedicas:

en el Retiro están los agapantos

ya casi florecidos, en las mesas

de novedades cantan

las sirenas de miles de odiseas,

y el mundo está repleto de rincones

y de relatos nuevos, cada día.

Dicen que habrá tormenta. ¡Yo no sé!

Por si acaso, no traigo más que un libro

con el que guarecerme,

por si el agua diluye este dolor,

por si lo que diluvia es la alegría.

***

Gajes del oficio

Para Max

Me propuse crear un gran poema.

Pero en vez de escribir llamé a mi hermano

y estuvimos hablando de la infancia.

Cuando volví a sentarme

me sorprendió el mensaje de un amigo.

«Es un niño», decía. Como es lógico

lo llamé de inmediato

y estuvimos dos horas celebrando

el milagro sencillo de la vida.

Y ahora estoy aquí,

delante del papel, extenuado

por tanta poesía y sin haber

escrito todavía un solo verso.

***

Retrato del poeta adolescente

Me duele el corazón y un pesado letargo

aflige a mis sentidos

John Keats

Un poema que no hable de tu infancia,

que no mencione nunca a aquel amigo

que un día, de repente, fue un recuerdo.

Un poema que no tenga palabras

que convoquen los sábados de otoño

cuando nadie llamaba para el cine.

Un poema sin años de instituto

y sin amores huérfanos

exageradamente exagerados.

Esto estoy escribiendo.

Un poema

sin referencia alguna a tu dolor,

a la cueva que hiciste con tus libros

mientras ellos quedaban en la playa.

No voy a recordarte aquellos años.

Este poema puede ser distinto.

Tienes tiempo, conoces

los atajos, los trucos y los golpes

de efecto que funcionan casi siempre.

Ponte a ello pues, escribe cosas nuevas:

construye una alegría en este verso.

Pero hay algo detrás que te lo impide.

Detrás de este poema está el poema

del que llevas huyendo desde entonces.

El poema que no,

el poema que nada,

el poema que nunca.

Un poema de piel de ruiseñor

que desea el deseo

y que no quiere ser distinto, raro,

que querría dejar de ser poema

para ser cuerpo, culpa, su secreto

guardado en un diario rosa palo

(o algo igualmente cursi, da lo mismo).

Lo que quiero decir es que no puedes

escribir el poema que hay detrás,

pero tampoco puedes

conjugar las palabras de otro modo.

Por eso esto no es nada, es un poema

que no, que niega toda relación

con tu pasado triste de medusas

cazadas en la orilla

cuando ellos se reían bajo el sol

y cuando ellos se amaban bajo el sol

y tu escribías versos en el agua.

—————————————

Autor: Ben Clark. Título: Demonios. Editorial: Sloper. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

BIO

Nacido en Ibiza en 1984, Ben Clark es un poeta y traductor español. En 2006 recibió el Premio Hiperión, en 2014 obtuvo El Ojo Crítico de RNE de Poesía y en 2017 el Premio Loewe. Es tutor de poesía de la Fundación Antonio Gala para Jóvenes Creadores. Reside en Mérida, Badajoz, desde donde dirige el sello editorial Isla Elefante, especializado en poesía contemporánea.

Ben Clark. Foto: Alberto de la Rocha.

Imagen: Cubierta de portada de “Demonios”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Laura Di Verso. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 12 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Poesía.

Oscar 2023 | Fire of Love: la trágica historia de Katia y Maurice Krafft, dos científicos enamorados de los volcanes que acabaron engullidos por la lava.

En 1985, un episodio marcó la vida de la pareja de vulcanólogos Katia y Maurice Krafft.

La erupción del Nevado del Ruiz, en Colombia, dejó más de 23.000 muertos, en una de las mayores tragedias provocada por volcanes en la historia.

La ciudad de Armero quedó completamente sepultada y literalmente dejó de existir después de que la erupción hubiera derretido los glaciares de la montaña, generando los llamados lahares: una avalancha de lodo, tierra y escombros volcánicos.

En ese momento, especialistas en volcanes intentaron advertir a las autoridades sobre los riesgos de la inminente erupción y la necesidad de evacuar las ciudades, pero no fueron escuchados.

Maurice y Katia, que ya habían ganado fama mundial por «cazar» y registrar volcanes en todos los continentes, se hicieron eco de la advertencia. Pero tampoco fue suficiente.

«Nos avergonzaba llamarnos vulcanólogos», dijo Katia en entrevistas en ese momento.

«Mi sueño es que los volcanes dejen de matar», afirmó Maurice.

Conmocionados por la tragedia, la pareja decidió que necesitaban hacer más de lo que ya habían hecho; es decir, registrar de cerca la amenazante actividad volcánica para demostrar el poder destructivo y convencer a las autoridades sobre los riesgos.

En junio de 1991, viajaron a Japón para registrar la fuerza de la erupción del Monte Unzen.

En las últimas imágenes en las que aparecen con vida, Katia y Maurice miran la montaña, junto a la cámara. Murieron minutos después, él a los 45 años, ella a los 49. Los cuerpos fueron encontrados uno al lado del otro.

«Todos sabíamos que iban a morir en un volcán, y ellos mismos lo sabían», le dijo a BBC News Brasil la brasileña Rosaly Lopes, astrónoma y vulcanóloga de la NASA que conoció a la pareja en conferencias y eventos.

Los dos, señaló Lopes, fueron tratados como estrellas en el mundo de la vulcanología.

Katia y Maurice Krafft

FUENTE DE LA IMAGEN, DISNEY

Las impresionantes imágenes que los Krafft registraron durante décadas de trabajo están en el documental que este domingo compite por un Oscar Fire of Love (traducido al español en algunos países como «Volcanes: la tragedia de Katia y Maurice Krafft»).

En Latinoamérica es posible ver la producción dirigida por Sara Dosa en el servicio de transmisión de Disney.

Amor por el fuego

Katia y Maurice se conocieron en 1966, cuando asistían a la Universidad de Estrasburgo, Francia. Ella, geoquímica; el geólogo. Pero pronto descubrieron un interés común: los volcanes.

«Empezamos en vulcanología porque nos decepcionó la humanidad. Y, como un volcán es más grande que los hombres, sentimos que era lo que necesitábamos. Algo más allá de la comprensión humana», dijo Maurice en una entrevista que se muestra en el documental.

Se le consideraba más «mediático» que Katia.

Era un período de posguerra, con grandes avances científicos. En 1967 se descubrieron las placas tectónicas, lo que nos permitió comprender misterios de la naturaleza como los terremotos y la formación de volcanes.

En Islandia, en 1968, los Krafft tuvieron su primera experiencia explorando volcanes juntos. A partir de ahí, comenzaron a registrar las erupciones en video y fotos, lo que terminaría convirtiéndose en una fuente de ingresos para la pareja, que se pasaba la vida viajando.

«Cuando ves una erupción, no puedes vivir sin ella, porque es tan grande, tan fuerte, que tienes una sensación de insignificancia», explicó Katia. Dos años después, se casaron y optaron por no tener hijos.

«No podrían hacer lo que hicieron si no fuera por el otro. Tenían una relación entre los dos, y entre ellos y los volcanes», dice la vulcanóloga Rosaly Lopes.

Una explosión de lava

FUENTE DE LA IMAGEN, DISNEY

Además de vender parte del material audiovisual, Katia y Maurice filmaron todas las expediciones con la intención de repasar las erupciones y estudiarlas. Y comenzaron a querer acercarse más y más.

Para Rosaly Lopes, la pareja, si bien no se destacó por su producción académica, dejó un gran legado científico y humano.

Filmaron imágenes en todo el mundo que muestran lava, explosiones y flujos piroclásticos (la mezcla de gas, materia volcánica, cenizas y fragmentos de roca expulsados ​​en erupciones) y los investigadores las han utilizado para comprender y modelar el comportamiento de los volcanes.

Los dos también trajeron material «joven» expulsado en las erupciones para estudios en laboratorios geofísicos.

Katia Krafft

FUENTE DE LA IMAGEN, DISNEY

«Pero creo que el principal legado es de educación, de enseñar que los volcanes son muy bonitos, pero peligrosos. Y también que, a veces, puedes ir a un volcán, cerca de la lava, sin correr demasiado riesgo», dice Lopes, quien escribió un libro sobre las posibilidades de hacer turismo en zonas con actividad volcánica.

Rojos y grises

Katia y Maurice adoptaron dos clasificaciones de volcanes.

Los «rojos» serían aquellos en los que hay «ríos» de lava y sin fuertes explosiones. Fueron estos, menos peligrosos, los que los Krafft inicialmente se dedicaron a explorar.

Los «grises» eran los explosivos, que acumulan presión y calor hasta su liberación catastrófica. Eran los llamados «asesinos», menos conocidos y de más difícil acceso.

Tras la erupción del volcán «gris» del Monte Santa Elena, en Estados Unidos, que dejó 57 muertos en 1980, la pareja decidió cambiar el foco de sus expediciones a las más arriesgadas.

Fueron tras erupciones en Alaska (Estados Unidos), Indonesia y Colombia, donde registraron la estela de destrucción de la tragedia en Armero.

En junio de 1991, recibieron la noticia de que el Monte Unzen en Japón estaba a punto de entrar en erupción. Viajaron al país y fueron a cumplir con otra misión, la última.

En ese momento, Katia y Maurice decidieron mantener una distancia que creían segura con otros científicos, periodistas y bomberos. Pero un flujo piroclástico mucho más fuerte de lo esperado provocó la muerte de 43 personas, incluida la pareja.

Las marcas en el suelo después de la tragedia indicaban que Katia y Maurice estaban cerca el uno del otro.

En las imágenes que se muestran en el documental, se menciona un texto en el que Maurice escribió que prefería una «vida intensa y corta a una larga y monótona», justificando su caza de volcanes. Y Katia, en un momento, dijo: «Si he de morir, prefiero irme con él».

Imagen de portada: DISNEY.La última foto de Katia y Maurice Krafft.

FUENTE RESPONSABLE: Vitor Tavares; Sao Paulo, BBC News Brasil. 11 de marzo 2023

Sociedad y Cultura/Premios Oscar/Ciencia/Cine

Alfred Kinsey, el hombre que lanzó una «bomba atómica» sexual que destruyó tabúes y dio paso a una revolución.

En 1938, el Dr. Alfred Kinsey, un zoólogo poco conocido de Estados Unidos abandonó su estudio de avispas y se dedicó a la investigación sexual.

Su trabajo en ese campo lo convertiría en una de las figuras más controvertidas de su tiempo.

Examinó la vida sexual de más de 11.000 estadounidenses y reveló lo que hasta entonces se callaba sobre hábitos sexuales de la nación.

El libro «El comportamiento sexual en el hombre», publicado en 1948, y causó sensación.

«El comportamiento sexual en la mujer», apareció cinco años después y fue aún más explosivo.

Era una época en la que el cirujano general del Servicio de Salud Pública de EE.UU. fue interrumpido en un discurso radial por decir «sífilis» en lugar de «una enfermedad social».

Un momento en el que un periódico al informar sobre una mujer que había sido brutalmente golpeada, le aseguró a sus lectores que «no había sido agredida criminalmente».

La palabra «violación» no se usaba en relación al acto sexual no consentido, y la educación sexual en las escuelas no existía.

Y, de repente, esos estudios científicos llevaron a la gente no sólo a pensar en lo inmencionable sino a hablar de ello.

Decían que el sexo era normal y que las etiquetas se le ponían a la sexualidad eran muy arbitrarias.

Dos de las cantantes del grupo Barry Sisters y la actriz Barbara Lawrence leyendo sobre el estudio de Kinsey.

FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES. Dos de las cantantes del grupo Barry Sisters y la actriz Barbara Lawrence leyendo sobre el estudio de Kinsey.

La investigación y su autor se volvieron mundialmente famosos y polémicos; quienes expresaban su opinión o los aborrecían o los aplaudían.

Los primeros se alzaron en armas contra todo lo que decían y sus consecuencias.

Los segundos hicieron algo que resultó ser más contundente: se informaron, y con esos conocimientos dieron los primeros pasos hacia una de las revoluciones más transformativas, la sexual.

De avispas a humanos

Todo comenzó en la Universidad de Indiana, donde, con un doctorado de la Universidad Harvard en biología, Kinsey había llegado como profesor auxiliar de zoología en 1920.

Durante 17 años, no hubo ningún indicio de lo que se avecinaba; se los pasó fascinado por las avispas gallaritas y labró una buena reputación por sus estudios.

Pero, algo que lo llevó a abandonar a los insectos y concentrarse en los humanos.

Kinsey con "la avispa gallarita más grande conocida" que encontró en Guatemala en 1936.

FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES. Kinsey con «la avispa gallarita más grande conocida» que encontró en Guatemala en 1936.

«Enseñaba el curso de biología general y los estudiantes venían a mí con problemas relacionados con el sexo», explicó él mismo en una entrevista televisiva.

El papel informal de Kinsey como asesor sexual se hizo oficial en 1938 cuando organizó un curso de matrimonio para estudiantes que causó gran revuelo en el campus, pues se hablaba de todos los aspectos de la vida matrimonial, incluyendo, por supuesto, el sexo.

«Nos pareció espectacular, porque todos éramos realmente muy ignorantes», le contó a la BBC Alice Blinkley en el documental «Alfred Kinsey, el hombre que inventó el sexo moderno» (1996).

«No conocía ni las palabras que usaba», agregó Dorothy McCrea, otra de las estudiantes.

«Y después hablé con una amiga mayor casada que estaba muy interesada en lo que nos enseñaban y ella nunca había oído hablar de un clítoris, así que sentí que estaba impartiendo la educación del curso de matrimonio».

La ignorancia de sus estudiantes despertó la curiosidad científica de Kinsey.

Sin freno

Kinsey propuso estudiar lo que los estadounidenses realmente hacían en el dormitorio (y en otros lugares), persuadiendo a miles a que respondieran preguntas íntimas sobre sus experiencias y opiniones reales.

Alfred Kinsey

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

Empezó recorriendo la universidad en busca de voluntarios que le contaran su historia sexual.

Eso hizo que estallara una fuerte oposición de personas de la comunidad para quienes de eso no se hablaba, reforzada por un grupo de ministros metodistas y católicos que llegaron a Indianápolis y causaron furor.

«La forma más segura de lograr que algo se haga es seguir haciéndolo», dijo Kinsey.

«No le pedí permiso a nadie para comenzar esta investigación, y nadie más estaba trabajando conmigo».

Para ser alguien que desafiaba la opinión conservadora, Kinsey llevaba una vida muy convencional.

Felizmente casado, rara vez bebía y disfrutaba de algunos placeres muy tradicionales: sembraba lirios y se reunía con amigos los fines de semana a escuchar música clásica en su casa.

Tenía una ética de trabajo muy fuerte y era anticuado en algunos aspectos de su vida privada.

Sin embargo, cuando se trataba de sexualidad era muy liberal.

Kinsey con su familia en la oficina. De izq. a der.: hija, Joan; hijo, Bruce; su esposa, Clara; yerno, Warren Corning; Dr. Kinsey; hija, Anne y yerno, Robert Reid.

FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES. Kinsey con su familia en la oficina. De izq. a der.: hija, Joan; hijo, Bruce; su esposa, Clara; yerno, Warren Corning; Dr. Kinsey; hija, Anne y yerno, Robert Reid.

Aunque la universidad canceló su curso de matrimonio, no abandonó la investigación; más bien, extendió su red, viajando más y más lejos en su tiempo libre y con su propio dinero, en busca de nuevas personas con las cuales hablar.

Consiguió cientos de voluntarios, en una diversidad de lugares, que le revelaron sus secretos respondiendo a unas preguntas específicas y rigurosamente tabuladas.

120 de ellos, informó en un momento, eran homosexuales, que en ese entonces eran invisibles pues tenían que vivir escondidos bajo pena de cárcel.

En 1943, la Fundación Rockefeller se interesó en su investigación y le otorgó una subvención inicial de US$23.000.

300 preguntas

Kinsey finalmente pudo financiar su sueño. Contrató personal y comenzó a entrenarlo.

La entrevista básica consistía en unas 300 preguntas que empezaban con los datos demográficos y luego cubrían todas las actividades sexuales posibles.

Para no incomodar a los voluntarios, los investigadores tenían que aprenderse de memoria las preguntas, y para asegurarles que lo que respondían era confidencial, registraban las respuestas en código, que marcaban en tarjetas perforadas de IBM.

Una mujer no identificada entrevistada por uno de los asistentes de Kinsey, el Dr. Wardell Pomeroy, para el instituto de investigación sexual.

FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES. Una mujer no identificada entrevistada por uno de los asistentes de Kinsey, para el instituto de investigación sexual.

El equipo visitó escuelas, fábricas, granjas, cárceles… cualquier lugar donde pudiera encontrar voluntarios que incluían policías y delincuentes, prostitutas y amas de casa, obreros y empresarios, padres e hijos.

Y en la década de 1940, cuando EE.UU. entró en guerra, Kinsey llegó a la capital del exceso sexual, Nueva York, sin conocer más que a una exalumna.

Terminó siendo recibido por los artistas y escritores más atrevidos, incluidos el dramaturgo Tennessee Williams y el escritor Gore Vidal.

«Todos, desde (el músico) Lenny Bernstein hasta yo, le contamos nuestra historia sexual», le dijo a la BBC Vidal.

Aunque hubo resbalones.

En una ocasión, el propietario de un hotel, sospechando que sus entrevistas tenían que ver con prostitución, lo cuestionó.

Al enterarse de lo que realmente estaba pasando, se indignó aún más.

«¡No voy a permitir que se desnude la mente de la gente en mi hotel!».

Granada sin pasador

Tras diez años de desnudar miles de mentes y cientos de horas de análisis, el primer libro, detallando el comportamiento másculino, salió a la luz.

"El comportamiento sexual del hombre".

FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES «El comportamiento sexual del hombre».

Era una granada a punto de estallar en la puritana sociedad estadounidense, algo que la editorial médica WB Saunders no anticipó.

Lo lanzó sin previo aviso ni publicidad y, para su asombro, comenzó a venderse en librerías generales.

Y en grandes números: 200.000 copias en cuestión de meses, a pesar de ser un informe de difícil lectura, con 804 páginas repletas de tablas y cargadas de acotaciones.

Los hallazgos de Kinsey fueron sorprendentes.

Entre otras cosas revelaba que entre los hombres casados sólo el 50% de los orgasmos que tenían en toda su vida se daban en relaciones sexuales matrimoniales; la otra mitad provenían de fuentes moralmente desaprobadas y a menudo ilegales.

Además, que más de tres cuartas partes de los hombres entrevistados habían tenido relaciones sexuales prematrimoniales; que un tercio tenía relaciones extramatrimoniales y el 37% había tenido al menos una experiencia homosexual.

E introdujo la escala Kinsey, que clasificaba a las personas según su grado de atracción o comportamiento sexual hacia el mismo sexo o hacia otro:

  • 0 Exclusivamente heterosexual
  • 1 Principalmente heterosexual, con contactos homosexuales esporádicos
  • 2 Predominantemente heterosexual, con contactos homosexuales más que esporádicos
  • 3 Bisexual
  • 4 Predominantemente homosexual, con contactos heterosexuales más que esporádicos
  • 5 Principalmente homosexual, con contactos heterosexuales esporádicos
  • 6 Exclusivamente homosexual

Por primera vez, la investigación científica reconocía que no había solamente dos opciones.

Dudas

La curiosidad y la notoriedad del libro catapultaron a Kinsey a la fama mundial.

Kinsey a punto de volar a Lima, Perú, a hacer investigación en 1954 y William Faulkner, novelista Nobel, camino a Sao Paulo, Brasil.

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES. Kinsey a punto de volar a Lima, Perú, a hacer investigación en 1954 y William Faulkner, novelista Nobel, camino a Sao Paulo, Brasil.

Las cifras sorprendieron tanto a sus lectores que desde el principio surgieron dudas sobre la base estadística del informe.

En 1950, la Asociación Americana de Estadística fue a Indiana para evaluar su trabajo. Lo aprobaron pero a ras.

Se cuestionó además cuán representativa era la muestra de la investigación, con razón.

Por un lado, todos los entrevistados eran voluntarios, algo que suele afectar el carácter de los datos: en este caso, la gente dispuesta a hablar sobre sexo tendía a ser más sexualmente abierta.

Por otro lado, muchos de los voluntarios eran personas blancas, de clase media y educadas; no representaba a EE.UU. en su conjunto.

Pero a la mayoría de los críticos no le molestaba la metodología sino que el informe parecía existir en un vacío moral.

«Su libro afirmó científicamente que podíamos hacer lo que quisiéramos sin ningún inconveniente, que lo habíamos estado haciendo todo el tiempo», criticó en 1996 Judith Reisman, coautora de «Kinsey, sexo y fraude».

«Habló de lo que estaba pasando no de lo que debería estar pasando».

Kinsey y su equipo preparando el manuscrito final de su libro 'El comportamiento sexual de la mujer'.

FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES. Kinsey y su equipo preparando el manuscrito final de su libro ‘El comportamiento sexual de la mujer’.

Si hablar del comportamiento sexual de los hombres había causado olas, lo que se venía provocaría un tsunami.

Bomba atómica

En 1953 Kinsey y su equipo publicaron «El comportamiento sexual de la mujer», el resultados del análisis de casi 6.000 entrevistas.

Revelaba por ejemplo que el 25% de las esposas cometían adulterio, y que en el matrimonio alrededor de un tercio de las mujeres nunca habían tenido un clímax sexual a diferencia de prácticamente todos los hombres.

Además que el 50% de las mujeres habían tenido sexo prematrimonial y que alrededor del 10% de las novias estaban embarazadas el día de su boda.

Afirmaba que las llamadas ninfómanas a menudo eran simplemente mujeres que tenían más orgasmos que el médico que las atendía.

Señalaba que no era cierto que la respuesta sexual fuera más emocional que física para las mujeres. De hecho, informaba, alrededor del 14% había reportado orgasmos múltiples durante un solo acto sexual.

Escribió: «La iglesia, el hogar y la escuela son las principales fuentes de inhibiciones sexuales», que generan los «sentimientos de culpa que muchas mujeres llevan consigo en sus matrimonios».

Aprendida la lección, esta vez se le enviaron copias del estudio a los reporteros con anticipación.

¡Bum!

Los diarios enfrentaron el dilema de si informar o no sobre el estudio de Kinsey, y los que lo hicieron, reflejaron la profunda polarización de opinión.

"Kinsey lanza su bomba atómica", dice el titular.

«Kinsey lanza su bomba atómica», dice el titular.

El editorial del Jersey Journal declaró: «El dr. Alfred C. Kinsey ha lanzado una bomba atómica diseñada para destruir lo que queda de la moralidad sexual en Estados Unidos».

Según el editorial del Newark Star-Ledger, Kinsey había lanzado una bomba que «cae de lleno en todas las estructuras de la moralidad sexual».

«Cuando se levanta la nube de destrucción, poco puede quedar intacto. El sexo habrá perdido su carácter personal íntimo y se convertirá en la más casual y común de todas las actividades biológicas del animal humano».

Pero, The Patriot, en Harrisburg, Pensilvania, declaró: «Kinsey representa un desafío para todos los que han mantenido una posición peligrosamente reservada sobre la enseñanza de las relaciones sexuales».

Ese desafío, para los padres, los profesionales de la salud y el clero, era «proporcionar información adecuada sobre este tema prohibido, para que la generación más joven pueda aprender sobre el sexo sin mojigatería y sin las connotaciones falaces proporcionadas en conversaciones de fuentes desinformadas».

Los Angeles Times lo reportó «porque creemos que el primer paso hacia un mejor ajuste familiar y comunitario es conocer los hechos. Los conceptos erróneos y los temores han causado muchas tragedias personales…

«Creemos que el bien que se gana al publicar estos hallazgos supera con creces la renuencia de algunas personas a mencionar el tema».

Insoportable

El informe femenino salió en la era McCarthy, un momento particularmente convencional en la historia de EE.UU., cuando el ícono de la feminidad estadounidense era Doris Day haciendo tareas domésticas.

Y el libro decía que esas maravillosas mujeres se masturbaban y a veces eran infieles.

Doris Day con Frank Sinatra y Ethel Barrymore en "Siempre tú y yo" (1954).

FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES. Doris Day con Frank Sinatra y Ethel Barrymore en «Siempre tú y yo» (1954).

Gran parte del público estadounidense sencillamente no podía soportarlo.

Kinsey fue acusado de ser comunista y de tratar de socavar el país.

En 1954, un subcomité del Senado apuntó a la Fundación Rockefeller, la fuente de la mayor parte del apoyo de Kinsey. Sus informes fueron condenados rotundamente, y la financiación de Rockefeller no fue renovada.

Las críticas seguían acumulándose y la salud del científico comenzó a deteriorarse.

El 25 de agosto de 1956, murió a la edad de 62 años.

En las dos décadas posteriores, un cambio en las actitudes hacia el sexo se extendió por el mundo.

La revolución sexual estaba en marcha, pero él no vivió para verla.

«Hicimos esta investigación porque descubrimos una brecha en nuestro conocimiento», explicó Kinsey en su entrevista televisada.

«Y en la historia de la ciencia doquiera que llenamos un vacío, la humanidad en última instancia puede beneficiarse».

Sin vendas

Multitud en gimnasio con Kinsey hablando

FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES. «Una multitud récord llenó el gimnasio de hombres de la Universidad de California para escuchar al Dr. Alfred C. Kinsey hablar sobre la vida amorosa de las mujeres», pie de foto original.

La «bomba atómica» de Kinsey no redibujó instantáneamente el paisaje social, pero fue un poderoso estimulante de la revolución sexual.

Abrió el camino a estudios serios sobre la sexualidad, con pioneros como Masters y Johnson admitiendo que no podrían haber hecho su investigación sin la precedencia de Kinsey.

Aunque todos los aspectos de su investigación han sido criticados y reivindicados una y otra vez, sus libros alumbraron rincones hasta entonces oscuros y desafiaron a la gente a quitarse las vendas en relación al sexo, a no temer ni condenar lo que era absolutamente normal.

Y ese era un genio que no volvería a meterse en la lámpara, por más esfuerzos que hicieran sus opositores.

Aunque estos nunca han dejado de intentarlo.

En febrero de este año, por ejemplo, la Cámara de Representantes de Indiana votó a favor de bloquear la financiación estatal del Instituto Kinsey, que durante mucho tiempo ha enfrentado críticas de los conservadores por investigar la sexualidad y por el legado del trabajo de Kinsey, al que culpan de contribuir a la liberalización de la moral sexual.

Imagen de portada: GETTY IMAGES. Dr. Alfred Kinsey y su esposa Clara a finales de la década de 1940.

FUENTE RESPONSABLE: Redacción BBC News Mundo. 10 de marzo 2023.

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