Cual menguando

Chantal es creadora de obras inclasificables. Poeta y pensadora, conocida sobre todo por sus ensayos y textos filosóficos. Soy incapaz de colocarla en una corriente o en un marco de pensamiento, solo puedo decir que tiende a la paradoja, al escepticismo, a la negación, a la destrucción creadora y al silencio.

Quise hacer esta reseña para darla a conocer —¿conocer?, como dramaturga escénica, etiqueta que cuelgo sin su permiso. Quise abrir una fisura en la tendencia y rescatar— ¿rescatar? una voz que, a mi parecer, debería ponerse sobre los escenarios más a menudo.

Cual menguando consta de diecisiete poemas, cinco piezas breves y un epílogo. Lo que aquí reseño será la obra: Primero un pie, contextualizando el origen del personaje CUAL, intuyendo su significado y aportando mi punto de vista como artista escénico sobre los actos y escenas que componen la obra.

CUAL es una metáfora  del infinito movimiento de pensar, de mirada oblicua y respiración tranquila, su gesto es casi universal, a veces torpe y repetitivo. CUAL podría ser uno de nosotros en momentos de lucidez o idiotez máxima, podría ser un artista o un viajero en el tiempo. Este personaje nace, según palabras de la autora, en la serie de poemas que concluyen el libro Hilos: Cual es “tierno, desapegado, imprevisible, simple —en cierto modo idiota— o de algún modo sabio, ha sido el contrapunto ideal de esa parte de mí tan sólida que se complace en lamentarse”, dice Chantal.

Al leer estas piezas cortas, los poemas e Hilos, interpreto una imagen que se repite en mi cabeza: un cuerpo poético que, a través de sus gestos, nos muestra lo invisible, un Buster Keaton o un Marcel Marceau; un mimo. Un mimo al que la palabra aluniza y enreda. Un mimo que se resbala y se angustia en la articulación final del razonamiento.

Menguar es aquietarse, es reducir el movimiento, adelgazar o perder continuidad. Así es como visualizamos a CUAL en esta serie de cuadros escénicos, una especie de mezcla entre Estragón de Beckett y Charlot de Chaplin, pero más sencillo y compasivo con sus razonamientos.

Las piezas se organizan en paisajes que se van superponiendo, como un proyector de diapositivas: un claustro, luego un escenario y finalmente una casa. Primero un pie sucede en el salón de la casa, un espacio minimalista (imagino un diseño a lo bauhaus): una butaca, una lámpara de pie y una repisa. Aparece, no por primera vez, el personaje FIAM, contrapunto dialéctico de la obra.

El sonido, la composición espacial, los movimientos de los personajes y la intermitencia de la luz; nos sugiere todo un imaginario dinámico, donde cada suceso físico propone una idea en relación al sentido de las cosas. El vértigo se dispara al dudar que lo que hasta ahora ha sido siga siendo.

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/Silencio/

FIAM

¿Y eso se te ha ocurrido ahora?

CUAL

No, ahora no, antes. Al abrir la puerta de la calle.

FIAM, repitiendo

La puerta de la calle.

/Tiempo. Corto/

Pues si la puerta estaba y era la puerta de la calle es de suponer que también estaría la calle, ¿no?.

CUAL, con más impaciencia

No necesariamente. Podría seguir estando la puerta y que detrás no hubiese nada.

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Hay una ternura en la relación entre CUAL y FIAM que les protege de cualquier intento de caer en la toxicidad de una relación cualquiera de nuestros tiempos. Hay preguntas y respuestas que desatan reflexiones existenciales y hay deseos básicos, como la aproximación al otro, que están latentes durante la obra.

Parece que la única esperanza de abordar estos tiempos difíciles es imaginar a un personaje atonal, disruptivo y amoroso. “Sin argumentos que blandir, sin creencias tras las que esconderse, sin trauma por resolver ni historia por concluir, me gusta pensar que Cual podría augurar el fin del psicoanálisis y el comienzo de la compasión”.

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Autor: Chantal Maillard. Título: Cual Menguando. Editorial: Tusquets Editores. Venta: Todostuslibros.

Imagen: Cubierta de portada de “Cual Menguando”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Dario Sigco. Editor. Arturo Pérez-Reverte. 4 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Poesía/Ensayos/Cuentos cortos

Una vida intensa…y no tan fácil.

Siempre recordaba aquello cuando sorprendido en sus cinco años, los gritos de su padre lo despertaron en la madrugada. Desde su camita de una plaza dormía al lado de sus padres, siendo el menor de cuatro hermanos.

Sus ojos azorados no podían comprender lo que veía. Su padre gritando -lo que nunca hacía- pidiéndole a su madre que necesitaba beber leche; mientras sostenía en su mano derecha la pistola que usaba cada día, por pertenecer al cuerpo de policía. Alguien lo tomo y lo retiro de la habitación. No recuerda hoy en día quien fue. Hay recuerdos esfumados que nunca vuelven.

Sabe que la historia; la fue completando con los años mientras crecía. 

Pero lo que no olvidaba luego de aquel episodio, era la visita de todos los domingos junto a su madre y algún familiar que le hacían a su padre. 

Eso ocurrió luego de haber pasado internado más de tres meses -aunque su padre volvió al hogar; recién al año-, la madre le dijo que ya podían ir a visitarlo. Pero a él siempre le fue difícil no extrañarlo. 

Recuerda también; cuando alguna enfermera en aquel tiempo -de blanco inmaculado- le ofrecía una naranja, la que aceptaba y al mismo tiempo, agradecía. 

Cree siempre sentir aun el roce de su manito de niño, con los dedos de las manos grandes de su padre, a través de los tejidos de alambre del cerco de aquello que le dijeron que era un hospital, cuando en realidad con los años supo que se trataba de un Hospicio Neuropsiquiátrico.

Muchos años lo separaban de su hermano y sus dos hermanas; aislado se entretenía en época de carencias y sin los medios audiovisuales actuales, con su imaginación o haciendo sus dibujos de barcos piratas y corsarios enfrentándose a enemigos imaginarios. La imaginación fue en aquel momento su mejor compañera.

Su padre volvió al fin. Supo que no volvería a la policía y escucho por allí,  que le habían dado el retiro por accidente en acto de servicio. En realidad no podía comprender que significaba ello, lo supo con los años. 

Su padre; un hombre bueno. Integro de pies a cabeza, de cabello rubio con una mirada limpia color cielo. Ya no era el mismo. 

Pero se empleo nuevamente porque era un ingreso más que ayudaba a pagar el alquiler y para que su madre, moneda tras moneda pudiera seguir ahorrando para lograr lo que toda familia deseaba en aquellos tiempos, “el techo propio”. 

Su hermano mayor, que le llevaba casi quince años no tardo en casarse e irse de la casa de la familia. Eso le permitió, casi a los 8 años a ocupar esa habitación subiendo por una escalera de estructura de hierro y chapa, que por su techo exterior de chapa era un averno en verano y un “iglú” en invierno. Pero se sintió feliz; un nuevo lugar para su mundo…

Continuará…

Imagen de portada: Gentileza de Pinterest

Dos cuentos breves de Francisco Rodríguez Sotomayor.

La reunión

Cuánto rato ya. Yo creo que puedo medir el tiempo en sudor; en la espalda, en la frente, en el pañuelo con el sudor de la frente. Son las tres de la tarde, o sea, media hora sudando, y tratando de contener el disgusto. Qué osada mi educación que se interpuso para que no pudiera decir “no puedo, es más, no quiero ir”. Pero no, la educación, los modales, el sudor, el rápido almorzar, el trajín, la irresponsabilidad; nadie llega, sólo González, que es como si nadie estuviera; no sé qué tiene González que es de esas gentes que aparentan gentileza que me desagradan, esa sonrisa siempre, el chiste sin gracia, siempre, siempre ese chiste sin gracia que todo el mundo le ríe porque es adjunto del Secretario Principal; y llega primero que yo, tuve que saludarlo porque sí, por los modales, porque es González, porque es adjunto del Secretario Principal, porque González siempre está sonriente y con el chiste a punta de caramelo, el comentario de mal gusto que nadie le reprocha pero que le ríen con un insulto entre dientes, ¡provoca tumbarle la sonrisa a González!… En fin, González no es nadie, pero es el adjunto del Secretario Principal, y hay que saludarlo, y lo saludé, y sonreí, y me reí de su comentario de si acaso me venía caminando, “porque estaba sudando a chorros”, y retuve la respuesta de que sí me había venido caminando, porque sí, no quería llegar tarde, como todos lo harían, puesto que no hay nadie, sólo González y yo, dos nadies, uno menos que el otro, no sé cuál a estas alturas, porque hay que ver que tengo que ser pendejo para venir así de apurado.

Tres y media y sólo llegó Durán; no, chico, esto se lo llevó el diablo; Durán dice que la reunión la habían convocado para las tres y media y González dice que no, que a las tres, porque él mismo mandó la cadena diciendo que “Reunión de Comité a las tres”, y le saca el teléfono tras ponerse los lentes y le dice que “Mira, a las tres, yo no sé qué mensaje recibiste tú”. Pero Durán se pone sus lentes y saca su teléfono y le muestra un mensaje de Dámaso que dice que “Reunión de Comité a las tres y media. Yo no voy a poder ir, me avisas qué se acuerda”. De paso, no viene Dámaso, seré pendejo en esta vaina. Y es que González no tiene el número de Durán y “pásamelo para agregarte en WhatsApp”, dice. “0412…” y entra Sofía, tan bella Sofía… ¿No tendré sudor en los cachetes? El pañuelo está muy mojado, y es que no soy gente, soy sudor hoy, por lo menos vino Sofía, para que haga contraste con estos viejos del coño que me tienen harto, un día de estos no vengo más, lo juro, ¡me tienen harto, viejos fastidiosos!… Como si yo fuese un carajito. Debí fue quedarme en mi casa tranquilo, decir como Dámaso, que no puedo, y es que Dámaso no es que no pueda, es que no quiere; Dámaso tiene carro, tiene cómo venir sin problemas, pero no es pendejo, ese sabía que nadie venia y se quedó reposando el almuerzo, y yo estoy que lo vomito.

Ja, ja, ja, a ti si te río tus chistes malos. Ese perfume… ese aroma se me hace familiar. Al menos no perdí el viaje, Sofía. Hasta se me fueron las náuseas. ¿Y te vas a ir a atender el teléfono? ¿Y la reunión? Ah, verdad, verdad, tu mamá, cierto. Y me dejó solo con estos insufribles, y llegó fue Décimo, quejándose de que la gente llega tarde y él que tiene que ir a comprar harina. Un cuarto para las cuatro y somos sólo cinco con Sofía… que se fue, sí, se montó en su carro y se fue, ¿le habrá pasado algo a la mamá? Ojalá y no, Sofía es tan bella. “Bueno, compañeros…”. González, no jodas tanto; ah, no, como que va a decir algo importante. “…Será para mañana que convoquemos la reunión para ver si nos reunimos bien el viernes”. Bueno… será; nos vemos mañana, avísenme por mensajería.

 

El duelo

Abrió la puerta con furia; supe, como siempre, que vendría armado, preparado y determinado a darme muerte. Lo invité a quedarse para la merienda de las cuatro, y no bajó el revólver mientras hablábamos durante el té. Han sido ya años desde su primera interrupción; recuerdo que esas primeras veces yo optaba por duelos inútiles. Dado que en casa jamás hubo armas, a escondidas me fabricaba unas especiales, pero ridículas. Daba vueltas en mi habitación esperándolo, y cuando llegaba, tras mi pánico, luchaba ineficazmente: de todas formas, salía derrotado, baleado y más patético que antes. Aprender fue un proceso arduo pero necesario, y estudiar a mi enemigo era difícil. Cuando compré mi casa, mucho tiempo después de sus primeras apariciones, sabía que no podría evitar su visita; pero, al conocer su asesino enamoramiento, ideé un método infalible. Construí una sala de juegos, privada, donde mi mujer tenía prohibido entrar mientras finiquitaba los detalles; para afinar los deseos destructores de mi futuro huésped, llené la habitación de objetos que sabía que reventarían su lujuria. Al año, el cuarto estaba listo para ser habitado; cuando llegó, ese último día de construcción, le demostré que estaba desarmado, y juré, Biblia en mano, que dejaría de defenderme. Fingí sorpresa al saber que mi diseño le encantó, y manifestó su deseo de quedarse a vivir. Yo, escondiendo mi alegría, accedí. Al pasar varias semanas conoció a mi mujer y amenazó con matarla, pero ella fue más inteligente: lo trató (todavía lo trata) como invitado estrella, y en todas las meriendas le tiene listo un té negro. Él piensa que poco a poco lo enveneno; lo que no sabe es que prefiero mantenerlo.

Imagen: Francisco Rodríguez Sotomayor. Escritor venezolano (San Juan de los Morros, Guárico, 2000). Estudiante de Comunicación Social en la Universidad Nacional Experimental Rómulo Gallegos (Unerg). Artículos de opinión de su autoría han sido publicados en El Tubazo Digital y mantiene un blog en el que publica semblanzas, relatos, crónicas y reflexiones.

FUENTE RESPONSABLE: Letralia. Tierra de Letras. 20 de septiembre 2022.

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