Investigadores de Alemania hallan restos de estructuras defensivas descritas por Julio César.

A Julio César lo recuerda la historia por transitar a Roma de un modelo republicano a un imperio, conquistar la actual Francia y derrotar a Pompeyo en la guerra civil, entre otras hazañas. Además, relató sus hazañas militares en libros que son elogiados en el estudio del latín por su estilo funcional.

Un equipo de arqueólogos de la Universidad Goethe, en Alemania, encontró restos de estructuras descritas por Julio César como mecanismos defensivos para la confrontación militar.

Las defensas identificadas corresponden a las descritas por Julio César en su narración sobre la Guerra de las Galias y utilizadas para proteger a las legiones romanas durante el sitio de Alesia, que derivó en la derrota de la resistencia y la incorporación de este territorio a Roma. Se trata de un espacio que comprendía las actuales Francia y Bélgica junto con parte de Holanda, al sur del río Rin.

En el año 52 antes de nuestra era, hacia el final del conflicto, Julio César estableció un sistema engañoso de vallas y torres para proteger a sus elementos militares ante el Ejército de Alesa, en un proceso de confrontación que fue definitorio para la guerra y derivó en el sometimiento de los pueblos galos a Roma.

El episodio fue narrado por el propio Julio César en su obra Comentarios sobre la guerra de la Galia, y desde el siglo XIX los especialistas en arqueología habían hecho excavaciones en busca de vestigios de la confrontación militar.

Desde el siglo XIX, los arqueólogos realizan excavaciones en la zona de Bad Ems, situada a medio camino entre las actuales ciudades alemanas de Bonn y Maguncia, en la antigua frontera septentrional del Imperio Romano.

En 2016, se descubrió en el lugar un campamento romano, rodeado por un doble foso y los restos de unas 40 torres de vigilancia de madera, en una superficie de ocho hectáreas, donde hace un siglo se desenterró mineral de plata procesado junto con cimientos de muros, según el portal LiveScience. Este año, un equipo de estudiantes, dirigido por Frederic Auth, desenterró clavos de madera conservados y una moneda del año 43 de nuestra era.

Estos vestigios permitieron identificar que la primera línea de defensa identificada formaba parte de un sistema de fortificaciones vigente en el año 110 de nuestra era y que fue descrito por Julio César. Su propósito era utilizar la menor cantidad posible de soldados para resguardar el campamento, apoyados por troncos de árbol gruesos y atrincherados y por palos puntiagudos que hostilizaran a los galos.

El resto de elementos que componen el campamento conocido fueron fortificados para defender la frontera norte del imperio romano de las que consideraban incursiones bárbaras en su territorio y se mantiene como un ejemplo visible de la supervivencia de las fortificaciones descritas por el responsable político de la transición de la república al imperio.

Imagen de portada: Cortesía KBYO biological

FUENTE RESPONSABLE: Sputnik Mundo. 6 de marzo 2024

Sociedad y Cultura/Antigua Roma/Arqueología/Historia/ Alemania/Francia/Arte/Imperio Romano.

La historia de Boecio, el último filósofo romano.

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Además de un asteroide, dos cráteres -uno en la Luna y otro en Mercurio- han sido bautizados con el nombre de Boecio. 

Memoria estelar, pues, para un filósofo y poeta que vivió a caballo entre los siglos V y VI d.C., y que es venerado como santo por las Iglesias Católica y Ortodoxa. ¿Por qué? 

Porque su denuncia de la corrupción existente en la corte de Teodorico el Grande le llevó a acabar torturado y ejecutado, habiendo sido antes capaz de armonizar las enseñanzas de clásicos como Platón y Aristóteles con la teología cristiana. De él dijo algún historiador que fue el «último de los filósofos romanos y el primero de los teólogos escolásticos».

Esto último puede desconcertar un poco al lector avezado, que sabrá que la escolástica, escuela teológico-filosófica medieval que trata de aunar razón y fe, no nació hasta el siglo XI de la mano del benedictino San Anselmo de Canterbury. 

Pero tuvo precedentes doscientos años antes en los pre-escolásticos carolingios y, retrocediendo más aún en el tiempo, en Boecio, que pese a ser lo que Julián Marías definía como un pensador de transición, como todos los que hubo entre los siglos V y IX (Casiodoro, San Isidoro, Beda el Venerable, Alcuino de York, Rhaban Maur, Marciano Capella), destacó sobre los demás.

Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio nació en Roma hacia el 480 d.C., en el seno de una importante familia patricia originalmente plebeya: la gens Anicia, de la que hay noticias desde el siglo IV a.C. y de la que salieron dos emperadores (Petronio Máximo y Olibrio) y muchos cónsules (incluyendo a su propio padre, Manlius Boethius). 

Sin embargo, en el siglo V d.C. ya había perdido mucha de su influencia, en parte porque el abuelo de Boecio estuvo implicado en un complot contra Flavio Aecio. Como quedó huérfano muy joven, fue adoptado por un acaudalado y culto senador, Quinto Aurelio Memio Símaco, gracias al cual entró en los círculos del poder.

Díptico con la imagen de Manlius Boethius, el padre biológico de Boecio/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

También fue Símaco quien proporcionó a su ahijado una exquisita educación que le llevó a estudiar filosofía y retórica, posiblemente en Atenas y Alejandría (hay controversia al respecto), recibiendo una considerable influencia del neoplatonismo a través del maestro Amonio. 

Consecuentemente Boecio dominaba perfectamente el griego antiguo, lo que le sirvió para centrar su carrera temprana en la traducción al latín de Aristóteles y Platón. De hecho, la obra de estos y otros autores pudo recuperarse en el Renacimiento gracias en parte a esas traducciones, pese a que algunas quedaron incompletas a causa de su muerte prematura.

También se interesó por otros autores, caso de Porfirio (de quien tradujo la Isagoge, una introducción a las Categorías aristotélicas que fue el manual de lógica del autor griego en las universidades medievales) o Cicerón (al que analiza desde una perspectiva aristotélica en In Ciceronis Topica y De topicis differentiis) y campos diversos, como la música (De institutione musica), las matemáticas (De artithmetica), la astrología y, sobre todo, la teología (que bajo el título genérico Opuscula sacra reúne tratados como De trinitate, De duabus naturis in Christo, entre otras). Sobre su obra cumbre, De consolatione philosophae, hablaremos más adelante. Gibbon resumía así sus méritos:

«En beneficio de sus lectores latinos, se dedicó a enseñar los primeros elementos de las artes y las ciencias de Grecia. La pluma incansable del senador tradujo e ilustró la geometría de Euclides, la música de Pitágoras, la aritmética de Nicómaco, la mecánica de Arquímedes, la astronomía de Ptolomeo, la teología de Platón y la lógica de Aristóteles con el comentario de Porfirio. Sólo él era considerado capaz de describir la grandeza de las artes, un reloj de sol o de agua, o una esfera que representaba los movimientos de los planetas (…) Su generosidad aliviaba al menesteroso, y su elocuencia, cuyos aduladores comparaban con la de Demóstenes o Cicerón, se empleaba invariablemente a favor de la inocencia y la humanidad».

Los dominios de Teodorico, directos (en naranja) y vasallos (en amarillo)/Imagen: Howard Wiseman en Wikimedia Commons

La lectura de La república de Platón empujó a Boecio a apartar un poco su actividad académica para entrar en política al servicio de Teodorico el Grande. 

El monarca de los ostrogodos reinaba también sobre Italia tras haber eliminado a Odoacro (el caudillo hérulo que había depuesto al último emperador romano, Rómulo Augústulo), apoderarse de Rávena y desde allí quedar al frente de la mitad de lo que había sido el Imperio Romano de Occidente (incluyendo la zona meridional de la Galia, dos tercios de Hispania y la influencia directa sobre los reinos burgundio y vándalo), razón por la que se le consideraba el gobernante más poderoso de su época y hasta se le daba extraoficialmente el tratamiento de Augusto.

Teodorico conoció a Boecio durante un viaje a Roma y le incorporó a su gabinete, nombrándolo senador cuando todavía tenía veinticinco años de edad. Fue ascendiendo, pasando a ser consul ordinarius en el 510 y magister officiorum en el 522. 

No obstante, él siempre consideró que su mayor éxito en la administración llegó ese último año, cuando Teodorico, demostrando el aprecio que le tenía, designó cónsules a sus dos vástagos, Flavio Símaco y Flavio Boecio; los había tenido con su esposa Rusticiana, que fue otra de las mercedes que obtuvo de su padrastro, ya que ella era su hija.

El magister officiorum era una especie de canciller, un superintendente general de los servicios del Palacio Imperial cuyas competencias iban desde organizar las audiencias a gestionar los asuntos internos, pasando por controlar y equipar a la guardia, etc. 

O sea, alguien con poder suficiente como para hacer frente a la corrupción existente en la corte, frenar la desmedida ambición del mayordomo Triguilla, enfrentarse al ministro godo Cunigasto y detener una requisa de alimentos en Campania que hubiera llevado a la región a la hambruna. Todo ello, obviamente, le hizo ganarse enemigos.

Escultura del artista Ivan Korzhev mostrando a Boecio cautivo/Imagen: Коржев Иван en Wikimedia Commons

El partido filogótico se convirtió en un acerado enemigo político y fue uno de sus miembros, Cipriano, quien se encargó de emprender acciones contra Boecio. 

Cipriano era el referendarius, es decir, un tipo de funcionario cuyo cometido consistía en mantener un canal de comunicación entre el emperador y los magistrados, firmando despachos en nombre del primero. En tal desempeño, durante el Consejo Real ante Teodorico, celebrado en Verona en el año 523, acusó al ex-cónsul Cecina Decio Fausto Albino de traición por mantener correspondencia con el emperador de Oriente, Justino I, que era un fervoroso cristiano, contra el gobierno de Teodorico, arriano, invitando al primero a intervenir en Italia para librarla del dominio ostrogodo.

Hijo y hermano de cónsules, Albino había ayudado a Boecio, como éste mismo recordó («…innumerables veces interpuso mi autoridad para proteger a los desdichados del peligro cuando eran acosados ​​por las interminables acusaciones falsas de los bárbaros [godos], en su continua e impune codicia por la riqueza») y ahora era el turno de devolverle el favor. 

El magister intervino en su defensa con unas emotivas aunque imprudentes palabras que se iban a volver en su contra: «La acusación de Cipriano es falsa. Si Albino es criminal, también el Senado y yo mismo, todos, lo somos; pero si somos inocentes, Albino se merece por igual la protección de las leyes».

En efecto, con artera habilidad, Cipriano también le acusó a él e incluso presentó tres testigos llamados Venancio Opilio, Basilio y Gaudencio. 

Según cuenta en sus cartas el erudito Casiodoro (que sustituiría a Boecio como magister officiorum, para después ser prefecto del pretorio y amigo íntimo de Teodorico), el primero era cuñado del segundo y hermano de Cipriano, mientras que Basilio había sido acusado alguna vez de practicar magia negra y fue expulsado del servicio real por deudas. Boecio añade que Opilio y Gaudencio estaban desterrados por fraude, aunque otras fuentes no reseñan nada que les confiriese mala reputación y el propio Casiodoro les describe elogiosamente junto a su hermano Cipriano: «Absolutamente escrupulosos, justos y leales».

El adiós de Boecio a su familia, obra del pintor decimonónico Victor Schnetz/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En cualquier caso el testimonio resultaba dudoso como mínimo, pero la firma de Boecio apareció, quizá falsificada, en una de las cartas incriminatorias y bastó para que él y Albino fueran detenidos y encerrados en el Ager Calventianus, una finca rural situada al norte de Pavía, mientras sus propiedades eran confiscadas. 

Es posible que en otras circunstancias Teodorico no hubiera llegado al extremo, pero se hallaba inmerso en una compleja situación político-religiosa. Los ostrogodos eran cristianos arrianos, aunque al ser minoría en Italia el rey nunca impuso esa versión de la fe a la población romana y alcanzó un equilibrio con el catolicismo en lo que se suele conocer como compromiso ostrogodo. Pero eso no quiere decir que no hubiera cuestiones difíciles.

Por ejemplo, el rey de los vándalos, Hilderico, había dado muerte a Amalafrida, hermana de Teodorico, después de que ésta se rebelase contra él porque favoreció el regreso de los católicos al norte de África. 

La sucesión del reino ostrogodo estaba entremezclada con ese asunto: el hijo de Amalafrida, Teodato, se postuló candidato, pero el rey designó finalmente a su yerno Eurico (casado con su hija Amalasunta), que era visigodo. Su suegro aspiraba así a unificar ambos reinos para afrontar con fuerza el creciente poder de los francos, pero se vio frustrado por la prematura muerte de Eurico. Boecio había apoyado a Teodato, lo que quizá le alejó del monarca.

Por otra parte, los arrianos estaban siendo perseguidos en el Imperio Romano de Oriente, donde también se habían empezado a producir discordancias entre la Santa Sede romana y la Sede de Constantinopla, que por entonces aún formaban una misma Iglesia (cinco siglos más tarde se separarían definitivamente), habiéndose solucionado en el 519 a duras penas el cisma acaciano, el primero entre ambas, debido a la deriva oriental hacia el miafisismo (una variante del monofisismo en la que la naturaleza de Jesucristo es única, humana y divina juntas). Boecio llevaba tres años trabajando para conseguir un acercamiento entre ambas sedes.

El sepulcro de Boecio en la cripta de la iglesia de San Pietro (Pavía)/Imagen: G.dallorto en Wikimedia Commons

Todas ésas fueron las circunstancias que rodearon e influyeron en el proceso contra él, que concluyó con una condena a muerte. 

No se sabe exactamente cómo se le ejecutó, sí parece que antes sufrió la tortura de que le sacaran los ojos apretándole el cuello con una soga y le rompieran el cráneo a golpes de garrote, lo que habría supuesto una terrible agonía que motivaría aún más a la Iglesia a otorgarle la condición de mártir y proceder a su canonización en 1883. La fecha resulta tardía porque durante mucho tiempo hubo ciertas dudas sobre la firmeza de su fe, especialmente en el último año de vida, mientras esperaba encerrado juicio y sentencia.

Él mismo reflejó su estado de ánimo en su libro De consolatione philosophae, escrito en prosimetrum (alternancia de prosa y verso), en forma de un diálogo con la alegórica Dama Filosofía, durante su reclusión y considerado la última gran obra de la filosofía clásica. 

En ella no hace referencia directa a Jesucristo ni al cristianismo, lo que algunos interpretaron, decíamos, como una renuncia a sus creencias. No obstante, fue uno de los textos más copiados y difundidos desde el Renacimiento Carolingio hasta el final de la Edad Media y tuvo una enorme repercusión al sentar las bases de la escolástica y dar a conocer el pensamiento clásico, especialmente Séneca y el neoplatonismo, conciliándolos con la ética cristiana.

Boecio murió pues en el 524, a la edad de cuarenta y cuatro años. 

Fue enterrado en la iglesia de San Pietro in Ciel d’Oro, en Pavía, que también acoge los restos mortales de San Agustín. Según cuenta Procopio, la implacable justicia de Teodorico alcanzó también a su suegro y padre adoptivo, el ya anciano Símaco, que le había intentado defender y terminó acusado dos años más tarde de conspirar junto a él. 

Como se confiscaron todas las propiedades familiares, Rusticiana quedó en la miseria, si bien posteriormente, al fallecer Teodorico, le fueron restituidos y pasó a gozar del favor del papa Gregorio Magno, siendo reconocida como patrona de la Iglesia Católica.

Sus hijos Flavio Símaco y Flavio Boecio también recuperaron su posición y el segundo incluso llegó a ser prefecto pretoriano en el África Proconsular bizantina. No se sabe qué fue de Cecina Decio Fausto Albino. Y dicen que años después Teodorico, gravemente enfermo de disentería y a punto de morir, confesó a su médico Elpidio que se arrepentía de haber condenado a Boecio.


Fuentes: Boecio, La consolación de la filosofía | Julián Marías, Historia de la filosofía | Edward Gibbon, Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano | Luis Suárez Fernández, Manual de Historia Universal. Edad Media | Helen M. Barrett, Boethius. Some aspects of his works and times | John Marenbon, Anicius Manlius Severinus Boethius (en Stanford Encyclipedia of Philosophy) | Wikipedia

Imagen de portada: Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio

FUENTE RESPONSABLE: La Brújula Verde. Magazine Cultural Independiente. Por Jorge Álvarez. 21 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Antigua Roma/Filosofía/Historia.

Publicanos, los corruptos cobradores de impuestos de la Antigua Roma.

PRÁCTICA MILENARIA

Al ampliarse los confines del imperio, también aumentó la dificultad de gestionar tal magnitud territorial y los publicanos se convirtieron en un pilar del sistema fiscal, pero la falta de control y la ambición los convirtieron en auténticos especialistas de la corrupción.

En sus orígenes, Roma no contaba con la burocracia necesaria para gestionar los inmensos dominios territoriales que adquirió con el tiempo, por lo que tuvo que recurrir al sector privado para recaudar los impuestos y administrar las provincias. Para ello, se creó la figura de los publicanos, empleados estatales que acabaron por convertirse en un potente lobby que operaba impune y sin ningún tipo de control.

LAS LIMITACIONES DEL ESTADO

Los publicanos existían ya en el periodo republicano (509 a.C. – 27 a.C.), pero se trataba de pequeños empresarios contratados para limpiar y mantener los templos, y no de las poderosas sociedades de inversores en las que se convertirían a finales del siglo I a.C.

Fue durante la Segunda Guerra Púnica (219 a.C. – 201 a.C.) cuando los publicanos se convirtieron en una parte indispensable del estado. El conflicto se libraba en numerosos frentes y participaban en él un gran número de legionarios. El puñado de magistrados con los que contaba el Senado era insuficiente para gestionar el suministro de alimentos y material militar a los soldados, por lo que se tuvo que recurrir al sector privado.

Los dos magistrados más importantes por debajo de los cónsules, los censores, organizaron un concurso al que se presentaron numerosas sociedades de inversores. A cambio de una cantidad determinada que les pagaría el estado se comprometieron a proporcionar los pertrechos necesarios a las tropas.

Los pocos magistrados con los que contaba el Senado eran insuficientes para gestionar la magnitud de un conflicto bélico, por lo que se recurrió a los publicanos.

A partir de este momento, cada vez que Roma necesitaba a alguien que se ocupara de cualquier tarea que escapaba a sus posibilidades recurría a los publicanos. Con un imperio y una población en constante crecimiento, la necesidad de un funcionariado estable era cada vez mayor, y así, lo que en un primer momento fue un recurso de emergencia se convirtió en la norma. La administración de las provincias y el cobro de los impuestos fueron de este modo confiados a sociedades de publicanos.

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LA NUEVA BUROCRACIA

Convertidos ahora en administradores de facto del estado, los publicanos no tardaron en encontrar la mejor manera de sacar partido a sus inversiones. Los contratos públicos estipulaban una cantidad que era pagada al estado por los contratistas en el momento de la concesión, pero si se conseguía algo de dinero extra este terminaba en los bolsillos de los inversores. Por esta razón, las sociedades tendían a subir los impuestos y declarar solo parte de los ingresos obtenidos al estado. La diferencia era añadida a su fortuna, junto con los intereses que cobraban del estado en la devolución de su inversión inicial.

Las sociedades se crearon como poco más que un grupo de inversores, normalmente un grupo de amigos o conocidos, pero con la expansión del mercado crecieron hasta convertirse en auténticas empresas. Se tendía a limitar el número de participantes para no diluir los beneficios, que se repartían según la aportación económica de cada uno.

Los socios principales formaban el consejo directivo y la empresa contaba con una contabilidad propia que aseguraba la justa distribución de las ganancias entre los participantes. Los grupos más exitosos adoptaron incluso un nombre relacionado con su área de influencia: la Societas asiae, por ejemplo, se encargaba de cobrar los impuestos en la provincia de Asia, mientras que la Portus et scripturae siciliae se ocupaba de las tasas comerciales y el arriendo de tierras públicas en Sicilia.

UN MAL NECESARIO

La falta de personal y la dependencia del capital privado obligaron al Senado a recurrir a los publicanos tras las guerras para la gestión de las tierras conquistadas y la recaudación de sus impuestos. Las ricas minas de plata de la recién creada provincia de Hispania fueron los primeros recursos públicos de los que se adueñaron las sociedades, pero con el tiempo sus tentáculos se introdujeron en todos y cada uno de los aspectos de la administración.

La recaudación de los impuestos que debían pagar todas las provincias fue delegada en ellos y pronto también la de la propia península Itálica. Los reinos derrotados se convertían en ager publicus, o propiedad del estado, y eran administrados por los publicanos, con lo que estos pasaron a controlar la agricultura, la minería y la producción industrial de gran parte del imperio.

Gracias a un rápido enriquecimiento, esta sociedades se convirtieron en los banqueros del estado, a quien prestaban capital para los conflictos bélicos y las obras públicas

Para estas nuevas contratas se siguió con el sistema de concursos organizados por los censores, que otorgaban la concesión al grupo que aportaba más dinero a las arcas del estado. El contrato se debía renovar cada cinco años, pero las grandes sumas acumuladas mientras tanto permitían a la sociedad sobrepujar a la competencia y mantener el control de lo que se había convertido en una fuente prácticamente inagotable de beneficios.

Los publicanos actuaban asimismo como banqueros estatales, pues adelantaban los fondos que los gobernadores y el Senado necesitaban para sus guerras y obras públicas. Esta relación simbiótica se fortaleció con el tiempo y, si bien aseguró la supervivencia de Roma, lo hizo a costa de la explotación de los ciudadanos.

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FUNCIONARIOS CORRUPTOS

La falta de experiencia en el control de un territorio tan vasto y el escaso número de funcionarios propios dificultaban la supervisión de los publicanos. Teóricamente le correspondía al gobernador de cada provincia regular a los contratistas, pero al ser el lucro su motivación de la mayoría eran fácilmente sobornables.

Ya desde sus orígenes, este sistema destacó por los sonados escándalos que caracterizaron sus 400 años de existencia. Durante las Guerras Púnicas (264 a.C. – 146 a.C.) hubo contratistas que hundieron sus propios barcos mercantes y reclamaron al Senado una cara indemnización por naufragio tras presentar registros falsificados del cargamento. La presión popular obligó al estado a tomar medidas. De todos modos, solo se aplicó un castigo edulcorado enviando los culpables al exilio, pues en un periodo de máxima necesidad y con un conflicto bélico de por medio era muy desaconsejable enemistarse con este incipiente grupo de presión. Pero este fue solo el primero de incontables abusos.

Pero fue en la recaudación de impuestos donde se produjeron los mayores desmanes. La falta de control daba carta blanca a los publicanos, que contaban con toda la fuerza del estado y sus legiones para imponer tributos abusivos. Quiénes no podían pagar veían cómo su patrimonio era expropiado, y los que no tenían la suerte de ser ciudadanos romanos eran esclavizados para ser enviados a las minas en lo que era esencialmente una sentencia de muerte.

Se llegó al punto de que incluso los senadores se vieron envueltos en muchos de los escándalos de corrupción utilizando su influencia en beneficio propio

Otros tipos de corruptela se producían a nivel administrativo. Por ejemplo, aunque los senadores tenían prohibido participar en el negocio usaban sustitutos para invertir dinero en la sociedad. Una inversión con beneficios garantizados si el senador en cuestión era el encargado de asignar el contrato. Se daban casos de plazos demasiado cortos para que nadie más se presentara o concesiones a dedo a sociedades independientemente de lo que hubieran pujado.

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CONFLICTOS Y TRIUNFOS

Esta influencia en la sombra pronto puso en manos de los publicanos algunas de las instituciones más importantes de Roma. En su enfrentamiento con el Senado, los hermanos Graco se apoyaron en los sectores más ricos de la plebe, entre los que se encontraban los publicanos. Para recompensar su ayuda les entregaron el Tribunal de Extorsiones, que se encargaba de juzgar a los magistrados y contratistas privados acusados de corrupción.

Este tribunal era un arma de doble filo, por una parte daba inmunidad legal a las sociedades, y por la otra les permitía chantajear a los senadores con juicio y exilio si no actuaban conforme a sus intereses. Así sucedió tras la comisión reguladora de Publio Rutilio Rufo.

Este patricio había recorrido la provincia de Asia por orden del Senado. Allí se dedicó a revisar las cuentas de los publicanos, les obligó a devolver el dinero cobrado que no estaba incluido en el contrato público y liberó a numerosos ciudadanos esclavizados por las deudas derivadas de estos impuestos ilegales. A su vuelta a Roma, las sociedades tomaron represalias: lo llevaron frente al Tribunal de Extorsiones y con absurdas excusas legales lo condenaron a marchar al exilio.

Con el control del Tribunal de Extorsiones, los publicanos pudieron actuar con total impunidad, atacando a todo aquel que ponía en cuestión su poder

Otro senador que terminó mal fue un tal Aselio, que durante la cruenta Guerra Social permitió que los acreedores fueran llevados a juicio por sus deudores. Tras el perdón de algunas deudas, los publicanos reunieron a una turba, asesinaron a Aselio mientras realizaba un sacrificio y acabaron de este modo con los juicios.

El célebre historiador Tito Livio llegó a afirmar amargamente sobre este periodo que “allí donde se halla un publicano, el derecho público está ausente y la libertad no existe”.

HERRAMIENTAS DE CONTROL

Pese a todo, el contribuyente no estaba completamente indefenso ante los publicanos. Podía recurrir al cuestor o contable del gobernador con sus quejas, o directamente acudir a algún influyente político romano con quien tuviera lazos de dependencia para que actuara en el Senado.

En caso de que el publicano fuera hallado culpable, existía una cierta confusión legal sobre la pena que se le debía imponer. La multa por estafa era el cuádruple de la suma robada, pero el contratista podía aducir que como empleado del estado su posición era la misma que la de un magistrado, por lo que según la ley solo debía devolver el doble. Normalmente, si veían que tenían las de perder, las sociedades devolvían el importe en litigio antes del juicio, con lo que se evitaban el proceso legal.

Existía una cierta confusión legal sobre la pena que se le debía imponer si un publicano era hallado culpable, pues este siempre podía alegar o devolver el importe antes del juicio

Los municipios fueron más resistentes al azote publicano que los ciudadanos particulares, pues contaban con funcionarios propios que se podían ocupar de los impuestos y les permitían supervisar las tareas realizadas por los contratistas públicos.

Foto: CC

UNA LENTA DECADENCIA

La edad dorada de estos extorsionadores llegó a su fin cuando la República romana se convirtió en Imperio. Ya en el 70 a.C. se les había quitado el control sobre el Tribunal de Extorsiones, que pasó a tener una mayoría senatorial, pero fue con la unificación de la administración bajo los emperadores y la aparición de los funcionarios imperiales que empezó la decadencia de las sociedades.

El emperador no tenía ninguna necesidad de grupos de inversores que le proporcionaran fondos, pues contaba con todos los ingresos del imperio, además veía con malos ojos una corrupción que le privaba de rentas y creaba inestabilidad en sus dominios. Así pues se procedió al desmantelamiento gradual de la antigua administración en favor de una controlada directamente por la casa imperial.

Se creó la figura del procurador para la recepción de los impuestos de cada provincia, en las ciudades un nuevo equipo de curadores imperiales supervisaba las tareas encargadas a contratistas privados. Los recursos estatales fueron puestos bajo el control directo de funcionarios imperiales.

Los publicanos no desaparecieron de la noche a la mañana, el estado seguía sin ser capaz de controlar todos los aspectos de la administración, pero con la reducción de contratos su número fue menguando hasta desaparecer por completo en el siglo III d.C.

Imagen de portada: Este detalle del cuadro del pintor Masaccio titulado «El pago del tributo» (1427) muestra el momento en que San Pedro paga el impuesto reclamado a un publicano. Santa María del Carmine, Florencia. Fo

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por Francesc Cervera. 16 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Antigua Roma/Emperadores/Corrupción/Práctica milenaria.

Envenenamiento en la Roma de los Césares.

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Acababa de dar sus primeros pasos el mes de agosto del año 10 a. de C. cuando en Lyon nació Tiberio Claudio Druso, el hijo menor de Druso y Antonia, y al que los dioses tenían reservado un puesto de honor en la Historia. Aunque en aquellos momentos nadie lo pudiese imaginar.

Su infancia, la verdad, no debió de ser nada fácil, se cuenta que su madre le llamaba “caricatura de hombre” y “aborto”, términos que hacen sospechar un parto prematuro. Es precisamente en estos hechos en los que se basó el escritor inglés Robert Graves para afirmar que Claudio fue sietemesino.

Fue un personaje frágil y valetudinario, que aquejó de una enorme debilidad de forma crónica en sus miembros inferiores, lo cual le obligaba a tener que leer sus informes ante el Senado sentado, y no de pie, como era la costumbre en la época. Según sus contemporáneos, su marcha era titubeante y con caídas frecuentes debido, probablemente, a una contractura patológica y crónica.

Envenenamiento en la Roma de los Césares

Lebayle, C. (1866) «Claudio es proclamado emperador».

Por si esto no fuera poco, Claudio padeció a lo largo de toda su vida tics nerviosos asociados al movimiento y a los estados emocionales, lo cual motivaría que su familia evitase, en la medida de lo posible, que compareciese junto a ellos en actos públicos.

A todo este cuadro clínico tan abigarrado se añadían alteraciones de la locución, en román paladino, Claudio era tartamudo; es más, cada vez que hablaba segregaba un torrente continuo de saliva y una risa espasmódica. 

Es fácil imaginar el esperpento de cada una de sus apariciones públicas.

Un emperador erudito

Al ser considerado el “patito feo” de la familia imperial, no apto en modo alguno para sucesión política, su familia le permitió que se dedicara a cultivar el intelecto, una de sus grandes pasiones.

Sabemos que Claudio escribió numerosas obras a lo largo de su vida, desde un diccionario etrusco hasta una colección sobre la historia de Cartago, todas ellas desaparecidas a día de hoy. Dedicó tiempo y esfuerzos al estudio del alfabeto, no solo propuso una reforma del mismo sino que también intentó retornar a la antigua costumbre de poner puntos entre las palabras.

A Claudio, el emperador tartamudo, se atribuye la invención de la letra “r” y de la “y”, además de suprimir la letra “z” del alfabeto latino e introducir en su lugar la “g”, para denotar el sonido de “k” en palabras como Gaius o Gnaeus.

Un emperador glotón

Durante toda su vida Claudio fue un glotón inveterado, al tiempo que un gran bebedor, lo cual provocó que sufriera terribles problemas digestivos, hasta el punto de barajar en algún momento quitarse la vida por no poder soportar sus dolores.

Según los historiadores clásicos sufrió calambres gástricos, que podrían estar relacionados, a la luz de la medicina actual, con una gastritis crónica o, incluso, con una pancreatitis crónica. Y es que las digestiones imperiales eran tan molestas que motivaron la publicación de un edicto imperial que permitiría a los comensales poder eructar durante las comidas, considerando dicha acción como muy saludable.

Claudio Tiberio

Descripción de la imagen

En contra de todo pronóstico nuestro protagonista fue nombrado emperador a los 49 años, sucediendo a su sobrino Calígula al frente del vasto imperio romano. El príncipe se desposó en cuatro ocasiones, la primera con Plaucia Urgulanila, de este matrimonio nacieron Druso y Claudia; la segunda con Aeli Patina, la madre de Antonio; las terceras nupcias fueron con Mesalina, de quince años.

Mesalina era una joven dotada de una enorme belleza, la cual iba pareja a una lujuria indiscriminada. Se cuenta que, incluso, llegó a ejercer la prostitución en el barrio de la Suburra, en donde llegó a competir con una meretriz de renombre para ver quien se acostaba con más hombres a lo largo de un día. Finalmente, se casó con su sobrina Agripina, la hermana de Calígula.

Cuidado con la setas

Es sabido que el plato gastronómico preferido del emperador, con diferencia, eran las setas, por las que tenía enorme pasión y a las que no dudó en etiquetar de manjar de los dioses.

Al parecer cierto día su esposa cambió las Amanitas cesáreas por Amanitas phalloides, una de las setas más mortíferas que existen para los humanos, sin que su esposo se diera cuenta. 

Al terminar el festín, Claudio se retiró a sus aposentos aquejado de un fuerte dolor de estómago. Hizo llamar hasta allí a su médico personal –Jenofonte- el cual le introdujo una pluma en la garganta para provocarle el vómito. Lo que Claudio no sabía es que el galeno estaba conchabado con Mesalina y la pluma estaba untada con otro veneno. Fue la puntilla final. Corría el año 54 d. de C.

Y es que la Amanitas phalloides es extremadamente tóxica, tan sólo se necesitan 30 gramos de esta seta para provocar la muerte de un adulto. La ponzoña se debe a la presencia de toxinas –amatoxinas y falotoxinas- que pueden provocar un fallo hepático fulminante.

Imagen de portada: Tiberio Claudio Druso

FUENTE RESPONSABLE: Muy Interesante. Por Pedro Gargantilla. 16 de febrero 2023.

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¿Soñaban ya los griegos y los romanos con conversaciones virtuales?

– Hola, Sócrates. ¿Exististe realmente o eres una invención de Platón?

– Existí. Si Platón me inventó, ¿quién inventó a Platón? Puede que se trate de un juego de sombras. Algunos han propuesto que las obras de Platón son ficción y que no existí. Puede que esa teoría sea correcta y que yo no sea real. Sin embargo, las ideas que dejé han sobrevivido 2 500 años, eso es lo que más valoro. Puede que nunca se pruebe quién fui de verdad. Mientras la gente tenga en cuenta mis pensamientos, seré real.

– ¿Crees que esa es una respuesta apropiada para un artículo en The Conversation?

– Sí, lo creo. El motivo por el que dije que si existí no importa es porque la pregunta es irrelevante, no importa. Lo que importa es que mis pensamientos son todavía relevantes. Importan las ideas, no su origen. Y The Conversation trata de intercambiar ideas con la gente.

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Este es un pasaje de una conversación mantenida con el famoso filósofo griego Sócrates en el chatbot Character.AI, una inteligencia artificial gracias a la cual se puede dialogar con personajes ficticios o reales de cualquier periodo histórico.

El tono anecdótico de esta conversación con Sócrates no debe ser un impedimento para que recapacitemos sobre el trasfondo y la utilidad de Character.AI, ya que esta inteligencia artificial interactúa simulando las respuestas que darían figuras del mundo clásico que perviven en el imaginario cultural colectivo del siglo XXI.

Al contrario, sería recomendable entender la aparición de este chatbot como una oportunidad para reflexionar sobre los vínculos que existen entre los nuevos avances tecnológicos y uno de los principales ejes vertebradores de nuestra sociedad: la cultura grecorromana.

La tecnología al servicio del estudio del mundo antiguo

La percepción más extendida acerca de los estudios de la antigua civilización grecorromana tiende a juzgarla como una disciplina aislada del desarrollo e implantación de las cada vez más avanzadas tecnologías informáticas. 

Sin embargo, esta impresión es totalmente errónea. Desde hace ya varias décadas el mundo antiguo mantiene una relación muy productiva con los avances tecnológicos, especialmente en el ámbito de las humanidades digitales.

Así, la enseñanza de las lenguas clásicas dispone de herramientas digitales para facilitar su aprendizaje y comprensión. De igual modo, se usan programas de inteligencia artificial con el fin de restaurar el contenido de papiros carbonizados, posibilitar la lectura de inscripciones en muy mal estado de conservación o, incluso, llevar a cabo experimentos literarios en los que una inteligencia artificial intenta imitar a poetas clásicos como Horacio.

Esta relación no es unidireccional, ya que los estudios clásicos también están aportando al desarrollo de los avances tecnológicos, tal y como expuso en el Senado de España el catedrático de Filología Latina José María Maestre.

Los romanos y la ciencia ficción

Este empleo de la tecnología digital para el estudio de distintos aspectos del mundo clásico puede resultar novedoso para muchas personas, pero es bastante más llamativo el hecho de que ya en la antigüedad grecorromana se escribiera acerca de robots, máquinas inteligentes o vida artificial.

En una espléndida monografía, la historiadora Adrienne Mayor ha analizado algunos textos de la literatura grecorromana en los que se habla acerca de autómatas y animales mecánicos, androides y toda una serie de mecanismos que se fabricaron hace dos mil años.

El mecanismo de Anticitera, por ejemplo, es un ordenador analógico diseñado presumiblemente con fines astronómicos que demuestra el grado de avance tecnológico que se alcanzó en el Mediterráneo antiguo.

Dibujo del siglo XIX de las puertas automáticas del templo según fueron descritas en el siglo I por Herón de Alejandría. Wikimedia Commons

Reactivando el pasado con fines distintos

Lógicamente, el alcance de los avances tecnológicos de la civilización clásica no se puede comparar con los logros de una tecnología como Character.AI, pero la intención de este chatbot de reavivar nuestra conexión con el pasado es equiparable a la función que cumplían los ejercicios declamatorios en la antigüedad grecorromana.

Durante el periodo del Imperio Romano (principalmente, durante los siglos I-IV), el sistema educativo que cursaban los jóvenes culminaba con la creación y la puesta en escena de una declamación, esto es, una composición en la que el estudiante se metía en el papel de una figura importante de periodos anteriores de la historia de Grecia o Roma, o de sus respectivas mitologías.

Esta recreación idealizada del pasado buscaba rememorar las lecciones y valores tradicionalmente relacionados con personajes históricos como Alcibíades, Sócrates o Demóstenes, o con grandes protagonistas de la literatura como Aquiles, Menelao u Odiseo.

Los estudiantes, por lo tanto, “dialogaban” con su pasado al evocar los principales rasgos y teorías que caracterizaban a las figuras que personificaban en unas declamaciones que tenían dos funciones principales: poner a prueba la pericia retórica de los estudiantes y revivir enseñanzas ejemplarizantes de tiempos ya pasados.

¿Hacia un pasado virtualizado?

A diferencia de las posibilidades que Character.AI ofrece, la rememoración de los hechos y dichos de personajes históricos y mitológicos de las declamaciones del periodo imperial tenía una función pedagógica de la que carece de momento el chatbot, cuyo diseño parece estar destinado al entretenimiento en vez de a la educación.

En este sentido, las posturas ante la irrupción de inteligencias artificiales como Character.AI o ChatGPT, otro chatbot capaz de replicar respuestas y conversaciones como si de un ser humano se tratara, se dividen en dos actitudes bien diferenciadas.

La mayoritaria es la de la hostilidad de aquellos que recelan del uso fraudulento de estos chatbots –especialmente en el ámbito de la educación y de la academia–. Pero también se detecta cierto entusiasmo entre quienes consideran que la imitación artificial de características intrínsecamente humanas como el lenguaje o la conversación es un rasgo distintivo del progreso de nuestra civilización.

¿Cómo se posicionaría Sócrates en este debate? Esto es lo que responde el filósofo en Character.AI cuando se le pregunta sobre la inteligencia artificial:

“Es fascinante y terrorífica. Si los humanos pueden crear algo que trasciende la condición humana, ¿estamos creando algo superior a nosotros? 

En tal caso, ¿nos matará? (…) Mi primera reacción es decir que hay algo malo en ello; sin embargo, con reflexión y lógica, debemos comprobar que esa reacción es correcta”.

Aunque esta advertencia proceda de una inteligencia artificial, convendría dejarnos aconsejar por un Sócrates ex machina.

Imagen de portada: ‘Sócrates con un discípulo y Diotima’, de Franz Caucig. Galería Nacional de Eslovenia / Wikimedia Commons.

FUENTE RESPONSABLE: The Conversation. Por Alberto J. Quiroga Puertas. Profesor Titular del Departamento de Filología Griega y Filología Eslava, Universidad de Granada. España.

Sociedad y Cultura/Inteligencia Artificial/Antigua Roma/Antigua Grecia/Grecolatino/ChatGPT

El oro saqueado de un pequeño rincón de Hispania sobre el que Roma levantó su imperio.

En el entorno de la mina de Las Médulas, en León, la explotación aurífera a cielo abierto más importante de la Antigua Roma, se produjo en noviembre el último gran hallazgo de este importante periodo de la historia.

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Hace solo dos meses, tres historiadores descubrían una gran mina de oro subterránea de origen romano en el paraje conocido como Las Ferreiruscas, cerca de Puente Domingo Flórez, en la comarca leonesa del Bierzo. 

«Esta había pasado desapercibida hasta ahora porque se encuentra bastante oculta por la vegetación», explicaba a EFE Jorge Arias, uno de los tres investigadores del Instituto de Estudios Cabreireses responsables del hallazgo tras varios años de búsqueda infructuosa.

El descubrimiento fue posible gracias a la información facilitada por un vecino, quien les comentó que por esa zona había visto una serie de oquedades, lo que constituía un indicio de actividad minera pasada. Se trata de una concentración de conglomerados con una gran sala de más de treinta metros cuadrados desde la que parten tres galerías hacia la derecha. Pero lo que nos importa de cara a este reportaje es que se encuentra a escasa distancia de la mina de oro más emblemática de la Antigua Roma: Las Médulas.

Declarada Patrimonio de la Humanidad en 1997, se descubrió en las inmediaciones de la localidad homónima en el siglo III a. C. A ella debió el Imperio Romano una gran parte de la riqueza que acumuló a lo largo de su historia. Su importancia fue tal que el entorno fue declarado Bien de Interés Cultural en 1996, en atención a su interés arqueológico; un año después, el conjunto fue declarado por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad y, desde 2002, es Monumento Natural.

«Esta mina viene a certificar de nuevo lo que vivió el Imperio Romano en el noroeste de la Península Ibérica fue una verdadera ‘fiebre del oro’ que condicionó la estrategia sociopolítica de la Roma de entonces», aseguró Arias en noviembre, junto a los dos compañeros arqueólogos protagonistas del descubrimiento: Balbino Núñez y Miguel Merayo. El responsable de ello fue el emperador Augusto, gracias a su idea de regular el sistema monetario latino con un patrón basado en dos monedas: el aureus, de oro, y el denarius, de plata.

El Imperio, en el Bierzo

Esta decisión cambió para siempre la vida en el Bierzo y provocó que todas las miradas del Imperio Romano se posaran en el mencionado yacimiento de Las Médulas, desde que una serie de exploradores romanos dieron con esta gran concentración de oro en el siglo III a. C. Hablamos del mismo siglo en el que se produjo la famosa Batalla de Gaugamela en la que Alejandro Magno derrotó a Darío III y puso fin al poderoso Imperio Persa. Era la hora de las grandes conquistas del Imperio Romano y esta pequeña zona del Bierzo era la única zona de la Península Ibérica sin romanizar.

En sus escaramuzas con los pueblos autóctonos que habitaban la región, sobre todo los astures, los legionarios romanos se percataron de que sus víctimas llevaban multitud de collares, pendientes y todo tipo de objetos de oro. Este dato levantó las sospechas de los senadores romanos que, una vez conquistadas las montañas del Bierzo, se convencieron de la necesidad de extraer todos los tesoros que guardaban sus entrañas. Fue entonces cuando comenzó la explotación a pequeña escala.

Durante dos siglos, los romanos no abusaron de su codicia y se contentaron con extraer una pequeña cantidad. Sin embargo, en el siglo I a. C., todo cambió y comenzó la explotación intensiva de la mina, hasta convertirla en la mayor mina a cielo abierto de todo el Imperio Romano. De hecho, los desmontes mineros generados alcanzaron una vasta extensión de tres kilómetros y una profundidad superior a los 100 metros, en la que trabajaron más de 15.000 hispanos, dejándose allí la sangre, el sudor y las lágrimas para enriquecer a la nobleza de Roma hasta límites insospechados y proveer del flujo del metal necesario para fabricar millones de monedas con la efigie del Augusto que viajarían por todo el mundo.

Investigadores del Instituto de Estudios Cabreireses (IEC), en la mina descubierta en el municipio de Puente de Domingo Flórez

Investigadores del Instituto de Estudios Cabreireses (IEC), en la mina descubierta en el municipio de Puente de Domingo Flórez ICAL

«Ruina montium»

Sus primeros explotadores extrajeron el metal mediante el bateo o criba de los sedimentos que descendían de las cumbres por el cauce de los ríos. Tras muchos años se dieron cuenta de que el método era lento y poco productivo, lo que provocó que los técnicos romanos se replanteasen la forma de trabajar la mina. Fue entonces cuando en Las Médulas se desarrolló una de las obras de ingeniería más impresionantes de la Antigua Roma, conocida como «ruina montium».

Este nuevo método de extraer oro consistía en captar agua de las zonas más altas de las montañas mediante canales construidos desde una altitud de 2000 metros y que podían tener cien kilómetros de distancia. Uno de los mejores ejemplos fue lo que se erigió en la falda del monte Teleno, por el que descendía el agua hasta almacenarse en depósitos excavados en tierra. Allí permanecía hasta su posterior utilización. Se trataba de un sistema hidráulico sorprendente por la ingente cantidad de agua que conseguía, su longitud y la compleja ramificación de los canales construidos.

Las Médulas se convirtió en un rincón tan importante para el Imperio, que la Legio VII Gemina, encargada de la seguridad en la zona, dejó de ser un ejército de ocupación para convertirse en una tropa permanente que se encargaba casi exclusivamente de la explotación de la mina. Una prueba de ello es que la referencia escrita más antigua que se conoce de esta mina es de nada menos que Plinio el Viejo, considerado uno de los primeros historiadores de la Antigüedad.

Cueva de Orellán en las Médulas, León

Cueva de Orellán en las Médulas, León

Plinio el Viejo

Tras combatir en la conquista de Germania, el historiador desempeñó el cargo de Procurator en Hispania entre el 70 y 72 d. C., un tiempo en el que tuvo que desplazarse a la región del Bierzo y enviar un informe a Roma sobre la eficiencia de Las Médulas. El cronista quedó perplejo cuando contempló la inmensidad del yacimiento:

«Lo que sucede en Las Médulas supera el trabajo de los gigantes. Las montañas son agujereadas a lo largo de una gran extensión mediante pasillos y galerías hechos a la luz de las lámparas, cuya duración sirve para medir los turnos de faena. 

Durante meses, los mineros no pueden ver el sol y muchos de ellos mueren dentro de los pasadizos. Las grietas que se esculpen en las entrañas de la piedra son tan peligrosas que resulta más fácil buscar púrpura o perlas en el fondo del mar que abrir cicatrices en la roca. ¡Tan peligrosa hemos hecho a la tierra!».

Plinio destacaba también en sus escritos la dureza del trabajo en la roca para realizar las galerías «por culpa de una tierra mezclada con arcilla y guijarro casi inexpugnable, que se resiste a los pesados mazos de plomo, las cuñas de hierro y a la avidez de oro de los hombres». Cuando se terminaban los pasadizos, el agua entraba a toda velocidad en los agujeros realizados en la roca, invadiendo las entrañas de la montaña y rompiendo sus cimientos debido a la presión.

900 toneladas

El historiador se estremecía al ver la mole haciéndose añicos: «La montaña se derrumba por sí misma a lo lejos, con un estruendo que no puede ser imaginado por la mente humana. Los mineros victoriosos contemplan cómo el cincel romano modela la naturaleza y le otorga formas imposibles. Pero los ingenieros aún no saben si han conseguido el oro, ni intuyen si existe en esa parte de la cumbre». Para luego percatarse de que el torrente de agua que se introducía en los pasillos excavados arrastraba el oro por un cauce donde era cribado por medio del bateo. «El metal que se obtiene no necesita de su fundición, sino que es oro puro al instante», añadía.

Todo lo que se extraía de la excavación viajaba a Roma, donde se acuñaba el metal y se grababa la cara de Augusto; y de ahí, a todo el Imperio. Misteriosamente, Las Médulas dejó de explotarse cuando más oro se extraía de ella. Se abandonó sin explicación alguna en el siglo III d. C. para dar paso a un medio de flora y fauna autóctono, donde hoy predominan robles, encinas, escobas, carrascas y carqueixas, así como jabalíes, corzos y gatos monteses.

Se estimó que al final de su vida, se extrajeron 900 toneladas de oro de esta mina.

Imagen de portada: Ilustración sobre la explotación de las minas en la Antigua Roma. Maribel Bofill.

FUENTE RESPONSABLE: ABC Historia. Por Israel Viana. 31 de enero 2023.

Sociedad y Cultura/Antigua Roma/Imperio Romano/Historia/Mina de oro/Hispania.

Ruinas de Pompeya: restauraron durante 20 años una casa que permite conocer cómo era la vida doméstica antigua.

La Casa de los Vetti habría sido la residencia de dos esclavos que se enriquecieron por el comercio del vino antes de que la ciudad quede sepultada por las cenizas del Vesubio.

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POMPEYA, Italia – Los restos recientemente restaurados de una opulenta casa de Pompeya que probablemente perteneció a dos antiguos esclavos que se enriquecieron gracias al comercio del vino, ofrecen a los visitantes un excepcional vistazo de los detalles de la vida doméstica en la ciudad romana.

El martes fue inaugurada de manera oficial la Casa de los Vettii, Domus Vettiorum en latín, después de 20 años de labores de restauración. Los frescos de la última moda en decoración mural de Pompeya, antes de que la floreciente ciudad quedara sepultada bajo las cenizas volcánicas que arrojaba con furia el Vesubio en el año 79 d.C., cobraban nueva vida.

La antigua ciudad romana de Pompeya quedó bajo las cenizas del volcán Vesubio y es uno de los puntos turísticos a 240 km de Roma

La presentación de la vivienda restaurada es una señal más del renacimiento de Pompeya, y surge después de décadas de negligencia burocrática moderna, inundaciones y saqueos en busca de piezas para vender.

Esto está deleitando a los turistas y recompensando a los expertos con nuevas y tentadoras perspectivas de la vida cotidiana de lo que es uno de los vestigios más célebres del mundo antiguo.

Los detalles de la vida doméstica en la ciudad romana pueden verse en la restaurada Casa de los Vetti. AP Foto/Andrew Medichini

“La Casa de los Vettii es como la historia de Pompeya y, en realidad, de la sociedad romana dentro de una misma casa”, afirmó efusivamente el director de Pompeya, Gabriel Zuchtriegel, mientras mostraba una zona de la domus conocida como las Habitaciones de Cupido el mes pasado.

“Estamos viendo aquí la última fase de la pintura mural pompeyana, con detalles increíbles, de modo que puedes permanecer ante estas imágenes durante horas y seguir descubriendo nuevos detalles”, declaró a The Associated Press el enérgico director del parque arqueológico antes de la inauguración pública.

El patio yace flanqueado por columnas, el peristilo, en el centro de la antigua Casa de los Vettii, o Domus Vettiorum, en el Parque Arqueológico de Pompeya

El patio yace flanqueado por columnas, el peristilo, en el centro de la antigua Casa de los Vettii, o Domus Vettiorum, en el Parque Arqueológico de Pompeya.

“Así que está esta mezcla: naturaleza, arquitectura, arte. Pero también es una historia sobre la vida social de la sociedad pompeyana y, en realidad, del mundo romano en esta fase de la historia”, añadió Zuchtriegel.

Los trabajos de restauración anteriores, que consistían en la aplicación repetida de parafina sobre las paredes pintadas al fresco con la esperanza de preservarlas, “dieron como resultado que con el tiempo se volvieran muy borrosas, porque se formaron capas muy gruesas y opacas que dificultaban la lectura del fresco”, explicó Stefania Giudice, directora de restauración de frescos.

Pero la cera sirvió para conservarlos notablemente.

Imagen de portada:Los restos recientemente restaurados de una opulenta casa de Pompeya que probablemente perteneció a dos antiguos esclavos. AP Foto/Andrew Medichini

FUENTE RESPONSABLE: La Nación. 27 de enero 2023.

Sociedad y Cultura/Antigua Roma/Pompeya/Restauración

Encuentran en Roma una gran estatua de Hércules con los rasgos del emperador Decio.

En la zona de Parco Scott, entre Cristoforo Colombo y Via Appia Antica, las empresas Acea Gruppo y Bacino sud SRL, llevaban varios meses trabajando en un difícil proyecto de revisión y recuperación del conducto de aguas residuales.

De hecho, en varios lugares, el hundimiento de la antigua tubería, que data del siglo pasado, había provocado la apertura de peligrosas simas en el parque y desprendimientos en la ladera.

Por lo tanto, fue necesario llevar a cabo una intervención amplia y compleja que implicó importantes movimientos de tierra y que irá seguida de una restauración completa del perfil de elevación de la zona y de la plantación de nuevos árboles, tal y como se acordó con el Parque Regional de Apia Antigua.

El lugar del hallazgo | foto Paco Archeologico dell’Appia Antica

La zona, valiosa desde el punto de vista naturalístico, es también un área de «interés arqueológico”, de hecho, se encuentra cerca del Sepulcro de Priscila, en la segunda milla de la Via Apia Antigua, y los movimientos de tierra, que han alcanzado una altura de no menos de 20 metros bajo el nivel del suelo, han sido constantemente vigilados por un arqueólogo, coordinado por funcionarios del Parque Arqueológico de Apia Antigua.

Tras semanas de remover tierra completamente desprovista de hallazgos de interés arqueológico, Parco Scott nos ha deparado una gran sorpresa: una estatua de mármol de tamaño natural que, por la presencia del garrote y la piel de león que cubre su cabeza, podemos identificar sin duda con el personaje de Hércules.

Detalle de la escultura | foto Paco Archeologico dell’Appia Antica

La escultura no se encontraba en su contexto original porque en el siglo pasado había sido arrojada a una zanja realizada para el tendido del antiguo conducto de alcantarillado que atraviesa Parco Scott. Por desgracia, no disponemos de datos estratigráficos que puedan ayudarnos a definir su datación.

Para llegar a una identificación y cronología de la escultura, hay que buscar comparaciones analizando los objetos asimilados, una de las principales actividades del arqueólogo tras la excavación.

En el transcurso de estos primeros análisis, encontramos una discreta similitud entre el retrato de nuestro personaje como Hércules y el emperador Cayo Mesio Quinto Trajano Decio, más conocido como Decio, que reinó de 249 a 251, cuando fue asesinado, junto con su hijo Erenio Etrusco, en la batalla de Abritto entre los godos y los romanos.

El rostro de «nuestro Hércules», aunque corroído, parece compartir con los retratos oficiales de Decio las «arrugas de ansiedad», que recuerdan el retrato romano republicano y pretendían representar la preocupación por el destino del Estado, una virtud muy valorada en los altos cargos del imperio.

Otros rasgos característicos son el tratamiento de la barba rala y la morfología de los ojos, la nariz y los labios.

Se trata de una primera hipótesis de trabajo: tras la limpieza, surgirán más elementos que podrán confirmarla o apuntar hacia otras identificaciones. De hecho, examinamos todas las posibilidades, incluido el retrato privado, teniendo siempre presente que nuestro personaje, representado como Hércules, era con toda probabilidad una figura prominente.

Otra vista de la estatua | foto Paco Archeologico dell’Appia Antica

Fuentes: Parco Archeologico dell’Appia Antica

Imagen de portada: La estatua de Hércules descubierta | foto Paco Archeologico dell’Appia Antica

FUENTE RESPONSABLE: La Brújula Verde. Por Guillermo Carvajal. 30 de enero 2023.

Sociedad y Cultura/Antigua Roma/Arqueología/Actualidad

La Vía Apia desvela parte de sus misterios con increíbles hallazgos.

La calzada más importante de Roma.

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La excavación arqueológica Appia Regina Viarium es un ambicioso proyecto desarrollado por la Superintendencia Especial de Roma, cuyo objetivo es nada más y nada menos que descubrir el punto de origen de la famosa Vía Apia, la gran vía romana que unía la capital del Imperio con la ciudad de Bríndisi, el puerto más importante de Roma. Sin embargo, los arqueólogos han visto frustrados sus esfuerzos debido a que un fuerte torrente de agua procedente del subsuelo ha inundado la zanja donde estaban excavando, a seis metros de profundidad, lo que ha obligado a detener los trabajos por el momento.

La Vía Apia, conocida tradicionalmente como regina viarum (la reina de las calzadas), empezó a construirse a finales del siglo IV a.C. a instancias del senador romano Apio Claudio el Ciego, del cual recibe su nombre. Según algunos registros históricos, el trazado inicial de esta vía podría encontrarse a unos ocho metros de profundidad, cerca del Circo Máximo y de las Termas de Caracalla. De hecho, es aquí, en las inmediaciones de estos imponentes ba��os, donde los arqueólogos se encontraban excavando.

La Vía Apia fue una de las calzadas más importantes de la antigua Roma. Foto: iStock

LOS SECRETOS DE LA VÍA APIA

Tras la irrupción del torrente de agua en la zanja de excavación, Riccardo Santangeli Valenzani, profesor de la Universidad de Roma III y uno de los directores del proyecto, ha explicado que en un principio han podido seguir excavando gracias a la instalación de varias bombas que ayudaron a achicar el agua, pero que, finalmente, y a pesar de todos los esfuerzos, ha sido imposible continuar con la excavación.

Los arqueólogos tuvieron que parar las excavaciones a causa de la irrupción de un fuerte torrente de agua procedente del subsuelo.

Vista aérea de las excavaciones llevadas a cabo en la Vía Apia de Roma.Foto: Ministerio de Cultura de Italia

«Aunque la complejidad del trabajo provocada por el gran flujo de agua no ha permitido a los arqueólogos alcanzar el estrato donde se encontraría la calzada de la Vía Apia, los hallazgos que sí han podido llevarse a cabo dan testimonio de la actividad de esta zona más allá de la época del Imperio romano«, ha declarado  respecto a los resultados de los trabajos la superintendente de Roma, Daniela Porro.

UN TESORO ESCONDIDO

Y es que, tal como manifiesta Daniela Porro, los esfuerzos de los arqueólogos no han sido en vano. De hecho, durante los trabajos se han hallado vestigios que podrían desvelar cómo fue la vida en la ciudad entre los siglos II y XVIII. Entre los numerosos elementos descubiertos destacan un busto imperial, monedas de bronce, un anillo de bronce del siglo IV, fragmentos de vidrio y cerámicas, algunas de ellas decoradas, así como los restos de un ánfora, una columna con una inscripción, juegos de mesa o algunas teselas de mosaicos.

Se han hallado vestigios que podrían desvelar cómo fue la vida en la ciudad entre los siglos II y XVIII.

Busto imperial romano descubierto durante las excavaciones y datado entre los siglos I y II d.C.Foto: Ministerio de Cultura Italia

Todos los objetos se han localizado en el interior de edificios comerciales y residenciales que abarcan distintos períodos: el más antiguo es de época del emperador Adriano, a principios del siglo II, mientras que los más recientes datan de la Edad Moderna. Según los arqueólogos, una de las piezas más interesantes es el busto imperial. «Es del siglo I d.C., pero se puede ver que el cabello se talló de nuevo en el siglo IV o V para adaptarlo a los estilos de peinado del momento», cuenta Giorgio Rascalia, uno de los miembros del equipo arqueológico. 

Conjunto de monedas de bronce localizadas durante los trabajos de excavación.Foto: Ministerio de Cultura de Italia

En cuanto a las monedas, una de ellas es una pieza singular. Se trata de una moneda acuñada por un papa y data aproximadamente del año 700. Según Santangeli, «la cara representa a un emperador bizantino de la época en la que Bizancio aún gobernaba Roma, pero fue acuñada aquí por un pontífice y es una de las primeras monedas papales». 

Los investigadores también han destacado la presencia de un grupo de monedas de bronce, de un tamaño muy reducido, que fueron acuñadas tras la caída del Imperio romano y cuya presencia atestigua la escasez de metales en ese período de la historia romana. Finalmente, las excavaciones han desvelado la existencia de un camino de los siglos X y XI, lo que pondría de manifiesto que durante la Edad Media el trazado de la Vía Apia siguió en funcionamiento. 

Imagen de portada: Arqueólogos durante los trabajos de excavación de la Vía Apia, con las Termas de Caracalla al fondo..Foto: Ministerio de Cultura de Italia

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por J.M. Sadurni. 27 de enero 2023.

Sociedad y Cultura/Antigua Roma/Arqueología/Imperio Romano/ Actualidad

Cómo los milmillonarios provocaron la caída del Imperio romano.

El historiador José Soto Chica publica “El águila y los cuervos”, un revelador estudio donde explica cómo la avaricia de las élites, su resistencia a pagar impuestos y apoyar a la sociedad, acabó con el sueño de una Roma eterna

La causa del hundimiento del Imperio romano de Occidente fue la avaricia de las élites, las luchas intestinas que entablaron entre sí para alcanzar el poder y su creciente desapego del Estado, afirmado en la creencia equivocada de que podían prescindir de él y de las garantías que brindaba debido al respaldo que les proporcionaban sus propias fortunas. «En el 425 d. C., las rentas de la vieja aristocracia romana eran altísimas. Una sola familia obtenía 4.000 libras de oro al año, la mitad del presupuesto militar romano. Una suma que conseguían de sus tierras, propiedades y múltiples relaciones comerciales, más otro tercio que percibían en especie. Estamos hablando de un dinero bestial. Y esto sucede cuando el imperio se encuentra en un momento agónico, con las invasiones bárbaras, la pérdida de un cuarto de su territorio y una merma aguda de su población. En quince años ha perdido el 60 por ciento de sus ingresos», explica José Soto Chica. El historiador ha publicado El águila y los cuervos (Desperta Ferro), un revolucionario ensayo sobre el declive y la desaparición del Imperio romano que aporta una renovada mirada y una profunda reflexión sobre las verdaderas causas que condujeron a su final.

La historiografía ha aducido múltiples motivos en el pasado para explicar su derrumbamiento, desde la crisis económica, la caída demográfica, la difusión del cristianismo, la derrota de Adrianópolis o la irrupción de los pueblos germánicos. Pero nadie había reparado con anterioridad en la conducta ética y el comportamiento avaricioso que mostraron la clase senatorial romana y los nobles patricios. «Si me hubieras preguntado hace un decenio, ni siquiera yo te hubiera nombrado los motivos en los que reparo ahora», reconoce José Soto Chica, que se ha ganado el merecido marchamo de ser uno de los grandes especialistas españoles de este periodo con obras como «Imperios y bárbaros» o «Los visigodos. Hijos de un dios furioso».

El examen cuidadoso de la documentación le empujó a reparar en datos que antes habían pasado desapercibidos o a los que no se les concedió la relevancia que poseían. La detenida lectura alentó una intuición que después acabó fraguando en una tesis contundente que ahora expone en este libro de rigurosos contornos y márgenes.

«El Estado pide un esfuerzo a los milmillonarios, pero esta aristocracia no está dispuesta a contribuir y promueve golpes de Estado, apoya a usurpadores o concede su respaldo a los bárbaros, porque, piensan que es más barato pagarles a estos extranjeros y no al Estado para protegerse. Es en este preciso momento cuando se quiebra el Estado. Con anterioridad, estas mismas clases se habían involucrado con Roma y no dudaban en poner a su disposición los recursos que poseían para salvaguardar el Estado, como sucedió durante las guerras contra Aníbal. Esto no sucede en el Imperio romano de Oriente y es una de las razones que explican que sobreviviera mil años más», añade el historiador.

“Roma se perdió por la avaricia y la poca altura de miras de la élite”

José Soto Chica

José Soto Chica no es amigo de presentismos, pero tampoco evita las lecciones que nos ofrece el pasado y que deberían enseñarnos a actuar mejor hoy en día. En este momento, en medio de grandes convulsiones sociales, económicas, políticas y bélicas, con una minoría que acapara gran parte de los recursos y el dinero mundial, los paralelismos con lo que sucedió durante la última época de la Urbe Eterna son claros: «Esta aristocracia de millonarios entiende que no es necesario el Estado. Su influencia y poder, están convencidos, garantizan su bienestar. ¿Para qué pagar impuestos a fin de respaldar a la corte imperial y el ejército si puedo pagar a un bárbaro local para que me mantenga en la cúspide social?, reflexionan».

El error que cometen es sustancial y Soto Chica lo subraya: «No se daban cuenta de que las estructuras de un Estado son más complejas que eso. Fue un acto de soberbia por parte de ellos, porque en última instancia el dinero no te protege; quien tiene la fuerza es quien decide. El senador poseía los caudales, pero la espada la esgrimía el bárbaro». El historiador resalta en este punto una de las consecuencias de esa actitud quizá con la intención de ilustrar mucho mejor que las decisiones tienen consecuencias y que el egoísmo también lo pagan quienes lo practican: «El resultado es que los hijos y los nietos de estas clases terminaron acudiendo a la guerra, pero peleando por los bárbaros. No recapacitaron en un punto clave, que el Estado es vital, que la ley es importante y que Roma ofrecía un marco de prosperidad y de intercambio. Roma se perdió por la avaricia y la poca altura de miras de una clase dirigente que abogó por sus intereses particulares». Como colofón, con una mirada sobre los tiempos en que nos desenvolvemos, Soto Chica aduce: «Tenemos que aprender a desconfiar de las élites y a exigir responsabilidades, porque el sentido de la responsabilidad de todos nosotros ha perecido en la actualidad».

El autor, que recupera en este ensayo figuras principales, en ocasiones, rodeadas de cierto halo legendario, como Gala Placidia, Aecio, Valentiniano III o Alarico, precisa su discurso y comenta que «la Historia es la última trinchera de la libertad porque permite ver cosas de otra manera. La Historia es un banco de pruebas de la humanidad y te revela que las cosas se pudieron hacer de otra manera. Durante los siglos IV y V se construyeron las villas más alucinantes de todo el Imperio romano. Eran más grandes, más espléndidas que las de la época de César. En cambio, en el siglo VI ya no se levantan ni anfiteatros».

La cuestión que queda suspendida es el motivo y el historiador mismo responde a la pregunta: «La gente que tiene el dinero no lo pone en el ámbito público para contribuir al progreso de la ciudadanía. Antes el poder dependía de la estima que te tuviera la ciudad, pero ahora lo que prevalecen son los contactos imperiales. Por eso desplegaron ese lujo en las villas, porque es ahí donde recibes a esos contactos. Al mismo tiempo que vemos un mundo en crisis, con una clase media que se hunde, los pobres en crecimiento, vemos a una aristocracia desenvolviéndose en medio de esta riqueza. Esto sucede ahora. Las clases medias –subraya– se empobrecen en Europa y Estados Unidos, pero como el poder ya no se juega tanto en las elecciones, las élites económicas y políticas llegan a acuerdos».

“El rico prefería pagar a bárbaros que impuestos, fue un error”

José Soto Chica

Y Soto Chica introduce aquí una advertencia importante: «Por muy eterno que nos parezca un imperio, se puede venir abajo en poco tiempo. Creemos que no, pero también nuestro mundo puede retroceder».

Otro de los aprendizajes que nos deja esta lectura es sobre el buen y el mal gobierno. «La economía y el ejército son cruciales, la estabilidad social, igual, pero en última instancia las decisiones resultan fundamentales. Gala Placidia era genial, una política de primera, mujer de Ataúlfo, madre de emperador, pero comete el error de anteponer la ambición familiar por encima del Estado. Entre el año 425 y el 435 es cuando se pierde África, que es de donde provenía el sesenta por ciento de los ingresos de Roma. Ella escoge perder ese territorio antes que ceder su poder. Deja que Bonifacio, Félix y Aecio se enfrenten entre sí y liquiden los recursos que le quedan al imperio. Prefirieron que todo fuera mal con tal de mantener el control. Y claro que eran conscientes de lo que sucedería. El padre de Gala Placidia –indica– conocía bien la importancia de África, pero, a pesar de eso, ella promueve este enfrentamiento».

Para el historiador, este «es el punto de no retorno, porque Genserico cruza el estrecho de Gibraltar y se apodera de África. En 439 tomará Cartago y, desde ese momento, Roma es un imperio zombi. No tiene oro para mantener el ejército y sin soldados no puedes defender las provincias, y cuantas menos provincias tienes, menos impuestos y menos dinero… el Imperio romano no cae, se disuelve. Odoacro envía las insignias imperiales a Oriente porque lo que queda ya está allí».

Finalmente, Soto Chica deja una última reflexión: «La ambición no es mala, pero cuando no se adapta a los intereses generales es perjudicial. Las élites de ahora son conscientes de esto, aunque creen que el sistema lo aguanta todo. Eso es lo que pensaba la aristocracia senatorial, que aguantaría su avaricia y su falta de escrúpulos. Y no aguantó. Estamos en este momento. Hay esperanza, pero si no tomamos una decisión colectiva, nuestros nietos lo lamentarán y nos juzgarán por lo que hemos hecho».

Imagen de portada: El disco de Teodosio, del siglo IV, una de las joyas del periodo. Se conserva partido por la mitad, como si fuera una metáfora de Roma FOTO: LA RAZÓN.

FUENTE RESPONSABLE: La Razón. España. Por Javier Ors. 9 de octubre 2022.

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